En su columna de este martes, Vladimir Villegas expone su deseo de ver al nuevo gobierno de Colombia, encabezado por el presidente electo, Juan Manuel Santos, retomar el camino de la negociación política con sectores de la guerrilla de ese país, para así terminar el conflicto armado que ha teñido de sangre a todos los sectores de la sociedad colombiana por casi seis décadas.
Villegas también recuerda la necesidad que tiene Venezuela, como país vecino y hermano, de seguir alentando una salida política al conflicto interno colombiano.
Esta es la columna que nos ofrece El Nacional:
No es la primera vez que lo escuchamos, pero nuevamente las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y un mandatario electo en el vecino país anuncian que están dispuestos al diálogo con el objetivo de lograr la paz.
En más de una oportunidad hemos criticado el papel que jugó durante la administración del presidente Álvaro Uribe el nuevo jefe del Estado colombiano, Juan Manuel Santos, pero con la misma claridad tenemos que reconocer que su anuncio, al igual que las declaraciones dadas en ese mismo sentido por el jefe de las FARC, Alfonso Cano, reabren esperanzas, aunque muy tibias, de que puede retomarse el camino de la negociación política para ponerle fin a un conflicto que no da muestras de resolverse por la vía militar, sino todo lo contrario.
Uno no sabe hasta dónde, en ambos casos, se trata de estratagemas para ganar tiempo o hacer demagogia con un sueño tan anhelado por el pueblo colombiano como lo es el cese de la guerra interna, que ya lleva cerca de seis décadas sin perspectivas de solución definitiva. Pero lo que nos corresponde como venezolanos es darle calor a esa tenue, minúscula y remota posibilidad de sentar en una misma mesa a las partes en conflicto, es decir, a la representación del Estado colombiano y a los diferentes grupos guerrilleros, principalmente las FARC.
No es fácil un acuerdo. Hay muchas facturas por cobrar.
La guerrilla tiene sus lunares, como el secuestro y sus presuntos vínculos con algunas operaciones emparentadas con el narcotráfico, que jamás han sido claramente desmentidas. El Estado colombiano también tiene sus bemoles. Por una parte, el surgimiento, como apéndice del Ejército, de los grupos paramilitares, las terribles ejecuciones extrajudiciales, como la última que salpica al gobierno de Álvaro Uribe, en La Macarena, donde aparecieron 2.000 cuerpos en fosas comunes, y los vínculos de buena parte del mundo parlamentario con la llamada narcopolítica.
Otros obstáculos para el logro de la paz son los fracasos de anteriores tentativas de negociación política. El movimiento Unión Patriótica, nacido de la incorporación a la vida legal de ex integrantes de las FARC, fue prácticamente aniquilado, al ser asesinados 2 de sus candidatos presidenciales y casi 4.000 militantes y dirigentes. Y, contra todo pronóstico, las FARC dejaron colgando de la brocha al presidente Pastrana luego de que éste concediera el despeje militar de El Caguán y abriera una perspectiva sin precedentes para terminar la guerra.
Pero, con todo y estos tropiezos, desde Venezuela tenemos que alentar la salida política al conflicto en el hermano país. Por mucho que pueda hacer Uribe en los días que restan, la historia recogerá que efectivamente golpeó con fuerza a la guerrilla, pero que no pudo acabar con ella. Y si el señor Santos actúa con sinceridad y trabaja para resolver en la mesa de negociación lo que Uribe no pudo lograr con el inmenso gasto militar destinado a la contra insurgencia, no queda otro camino que darle el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, su vicepresidente, Angelino Garzón, es un hombre proveniente de la izquierda y de las filas sindicales, por lo cual en el papel luce como un interlocutor apropiado para abrir el camino al diálogo de paz.
El tiempo dirá si tanto la guerrilla como el nuevo gobierno están realmente dispuestos a poner fin a este terrible ciclo de la historia colombiana, y a sentar las bases para el nacimiento de un nuevo cuadro político en el hermano país. Los factores externos, de cualquier naturaleza y signo político, sólo deben alentar ese proceso, que le pertenece, a fin de cuentas, al propio pueblo colombiano, aunque su resolución por la vía del diálogo nos impacte positivamente.
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