Mas allá de lo que pase con la ultima iniciativa de diálogo, ahora promovida por un enviado especial de El Vaticano, Venezuela aun es un territorio fértil para una confrontación que puede llevarnos a conocer episodios de violencia política no vistos en las últimas décadas. Emil Paul Tscherring, representante de El Vaticano, ha pedido lo que hemos venido solicitando venezolanos de distintos modos de ver el mundo: gestos concretos, señales auténticas de que realmente existe buena voluntad.
Estamos en días muy calientes donde escasea la serenidad como si se tratara de cualquiera de los alimentos o medicinas por los cuales hacen cola o largas travesías los venezolanos. Hemos visto escaladas verbales más allá de los límites por parte de los principales protagonistas de la política de estos tiempos. Y también actos que superan los linderos de la responsabilidad. Ver centenares de militantes psuvistas invadiendo la Asamblea Nacional o igual o mayor cantidad de gente opositora exigiendo a su dirigencia llegar hasta Miraflores, ambos grupos sin reparar en las consecuencias, habla de los escenarios en los cuales nos estamos desenvolviendo.
Escribo estas notas mientras se celebra la primera reunión entre Gobierno y oposición con la mediación del representante del Vaticano, los expresidentes Rodríguez Zapatero, Fernández y Samper, actual secretario general de la Union de Naciones Suramericanas. Ya el hecho de que se haya dado un encuentro inicial es motivo para un moderado optimismo. La situación del país es demasiado grave, muy grande la tensión, e inmensa la esperanza de que, de manera pacífica, encontremos los caminos para que Venezuela supere este terrible momento que vivimos y se encamine a un nuevo momento en lo político, en lo social y en lo económico .
Es imperativo que el diálogo se traduzca en resultados. Para que ello ocurra debe haber gestos concretos. Quien debe dar el primer o los primeros pasos es el Gobierno. De eso no me cabe la menor duda. Lo que en el pasado diálogo llamamos pruebas de amor tienen que aparecer cuanto antes. Ese es el mejor antídoto para las dudas existentes sobre las verdaderas intenciones del Ejecutivo.
Pero la oposición también tiene que aportar, sobre todo, serenidad para no dejarse llevar por la desesperación, compromiso con la solución pacífica de esta confrontación y con agotar hasta el final sus esfuerzos y su disposición para el éxito del diálogo. Hay que darle un chance a la política y no amarrarse a escenarios del todo o nada, que por lo general terminan en esto último. Todos, gobierno, oposición y el resto de los ciudadanos tenemos el deber de darle calor a esta iniciativa, apoyándonos principalmente en un instrumento fundamental : la constitución de 1999. Allí están las claves para la superación de las dificultades que nos agobian como nación.
El sentido de la responsabilidad política con el país, con las futuras generaciones, con los jóvenes que se nos están yendo a borbotones, con los más pobres , víctimas principales del descalabro económico que estamos padeciendo, obliga a poner de lado agendas particulares, cálculos menores, mezquindades nacidas de egos exacerbados y posturas inmediatistas, que pueden terminar arruinando una gran oportunidad , cuidado si la última, de evitar desenlaces violentos que impliquen un serio retroceso.
En lo personal, me preocupa la convocatoria a una marcha hacia Miraflores, por parte de la Mesa de la Unidad Democrática. Le agrega un elemento de tensión y de peligrosidad al momento que vivimos. Pudiera terminar siendo la peor decisión política opositora de los últimos tiempos. Ojalá llegue el día en que una movilización de una fuerza opositora a este u otro gobierno pueda incluso tocar las rejas de Miraflores sin que eso se traduzca en una batalla campal, en sangre, muerte y violencia incontrolable. Lamentablemente este no es el momento. Es lo que me siento obligado a decir.
Ello no implica que la Mesa renuncie a sus reclamos ni al derecho a la movilización, ni que se quede congelada o paralizada. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Llamar a marchar a Miraflores es en el papel puede parecer el ejercicio de un derecho. Pero en la práctica es una temeridad. ¿Que tengo miedo? Si. Temo a volver a vivir lo que ya vivimos. A que reaparezcan agendas no controladas por los factores democráticos, que son mayoría en la oposición y en el país , y que en la práctica se traduzcan en el peor de los escenarios.
Vladimir Villegas,
f.globovision