Las manifestaciones populares del pasado jueves 1° de septiembre se dieron, salvo escaramuzas muy menores y abusos de autoridad para impedir la llegada de manifestantes a Caracas, en medio de un clima de paz y civismo absolutamente acorde con la naturaleza de los venezolanos y con la serenidad necesaria que nos evite el trago amargo de la confrontación violenta.
Hay que saber leer lo que pasó ese día y, más que eso, hay que tener sincera voluntad de leerlo en forma correcta. Vimos dos concentraciones. Una, inmensa, arrolladora, que tomó varias avenidas de la zona metropolitana, incluidos sectores del supuestamente inexpugnable municipio Libertador. Otra, en la avenida Bolívar, sin la fuerza y la contundencia que en el pasado casi que reciente mostraba un chavismo que realmente tenía el control de la calle, un indiscutible respaldo popular que hoy apenas es una sombra, un recuerdo de lo que fue y ya no es.
José Vicente Rangel, tal vez en un acto de autocompasión, se atrevió a minimizar las dimensiones de la Toma de Caracas, creyendo tal vez que de esa manera pudiera insuflar ánimo a una dirigencia seguramente estremecida por las dimensiones de calle que mostró, más que la Mesa de Unidad Democrática, el descontento popular frente a una manera de gobernar que luce agotada, y cuyos resultados han sido precisamente el principal convocante de la protesta. Eso tienen que leerlo, mi estimado José Vicente, tanto el presidente Nicolás Maduro como quienes lo rodean, entre ellos tú, que dada tu experiencia y olfato político, sabes muy bien cuándo un país se ha decido por el cambio. ¿O acaso no es una señal concreta lo ocurrido en Villa Rosa, un sector popular de Nueva Esparta?
Pudiera entenderse, José Vicente, que en medio de la emoción de un discurso, y ante la clara evidencia de que el 1° de septiembre reveló el tamaño del repudio a la actual gestión de gobierno, hayas optado por minimizar, por tapar, como quien tapa el sol con un dedo, el impacto que significa verificar en vivo y en directo la debacle social y política de un movimiento como el que lideró hasta su muerte Hugo Chávez. Lo que no se entendería es que en privado no le adviertas, con la autoridad que tienes en el seno del chavismo, al presidente y al resto del liderazgo pesuvista, sobre las consecuencias de ignorar olímpicamente lo que pasó ese día en la calle.
El 1S supera en importancia y magnitud al 6D, y una fuerza política como el PSUV tiene que admitirlo y asimilarlo para tratar de corregir el rumbo equivocado, con miras a preservar su futuro político. Ciertamente, es risible que digan que el pasado jueves solo salieron a marchar contra el gobierno unas 30.000 personas. Lo grave sería, mi estimado José Vicente, que terminen por creerlo y por hacérselo creer a sus seguidores. Estaríamos ante un terrible caso de disociación, mal que, por cierto, en más de una oportunidad el chavismo se lo atribuyó a la oposición con alguna razón. No se trata de echar números y contar cuadras. Lo evidente no necesita explicación, solo la reacción adecuada.
La relación del gobierno en su conjunto, con ese descontento, más que con la MUD, se sigue dando desde la descalificación, desde la represión, desde la arbitrariedad y otras muy diversas formas de maltrato. ¿Adónde puede llevar semejante actitud? ¿Hasta donde una mayoría de la sociedad, agotada, sedienta de cambio de sus condiciones de vida, puede soportar que, una fuerza hoy minoritaria a todas luces, siga gobernando de espaldas a la realidad y con dudoso apego a la Constitución y a las leyes?
Lo mejor para una fuerza política que ha perdido su conexión con las mayorías es actuar con la vista puesta, más que en la inmediata preservación del poder, en el futuro, en su reingeniería, en una necesaria e impostergable revisión de todos sus errores, y sobre todo en la construcción de un nuevo liderazgo que le permita atravesar exitosamente el accidentado camino que tiene por delante. Puede comenzar a hacerlo ahora, con decisión y espíritu autocrítico, o seguir corriendo la arruga, como se hizo con la postergación de las decisiones económicas que seguramente habrían evitado que el país cayera en el atolladero político y social donde se encuentra. ¿No es así, José Vicente?