La Mesa de la Unidad Democrática está llegando a la hora de las definiciones. Sus contradicciones internas se empeoran en la hora de las derrotas. Son muchos años arrastrando diferencias, corriendo arrugas, evitando a toda costa el divorcio entre corrientes que tienen diferentes enfoques, que se repelen entre si, aunque hacia afuera preconicen lo contrario.
Lo ocurrido el pasado 15 de octubre fue un punto de quiebre. El sector que preconizaba la abstención le echó una «ayudaíta» a los resultados. Me recordó lo ocurrido en las elecciones municipales por allá por los noventa y tantos, cuando el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 ,encabezado por su líder Hugo Chávez Frías, promovió también la abstención, dando como resultado que el entonces militante y dirigente adeco Antonio Ledezma derrotara a Aristóbulo Istúriz. Fue un doloroso golpe para quienes en ese momento militábamos en La Causa R. A la vuelta de los años, el mismo Chávez, pese a la opinión en contrario del grupo que lideraba Freddy Bernal, ganó el debate interno y todos a uno, salvo un pequeño grupo que abandonó las filas bolivarianas, acogieron la ruta electoral.
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Esa decisión estuvo precedida de un intenso debate interno. A la larga se impuso el camino de los votos. Lo que vino después no es materia de esta nota. Pero sí lo es que , contrariamente a lo que sucedió en las filas del chavismo en ese entonces, la coalición opositora no discute este asunto a profundidad y sus decisiones prácticamente se lanzan crudas a la calle. Y lo peor del caso es que importantes dirigentes se enteran de último, como el marido engañado.
No ha habido debate en serio y a fondo en la Mesa opositora porque esa ha sido la mejor manera de evitar deslindes. Unos llaman a votar y otros a abstenerse y nada pasa. Hasta que los resultados del 15 de agosto hacen poco llevadera esa relación.
Centenares son los argumentos para que los gobernadores electos con votos opositores no acudieran a jurar ante la Asamblea Nacional Constituyente, electa a mi juicio de espaldas a la Constitución. Pero también son centenares las razones para que no le regalaran al gobiernos gobernaciones conquistadas en esas elecciones teñidas de ventajismo y maniobras. Igual pasa con esta convocatoria «fast track» de elecciones municipales. Unos ya decidieron que no van, y por la vía de los hechos y hasta de alegatos que rayan en el chantaje, tratan de imponer esa posición a los llamados » colaboracionistas».
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Y desde la barrera nos preguntamos, ¿quiénes colaboran más con el gobierno, los que se inscriben para darle al ciudadano la opción de decidir, o los que no participan y facilitan la entrega de bastiones electorales irreductibles de la oposición? ¿Quién le allana el camino al chavismo para que por fin llegue a gobernar en Chacao o en Baruta? ¿El que se postula en nombre de corrientes opositoras o el que insiste en la ruta abstencionista sin otras propuestas distintas a las que ya han llevado al barranco del fracaso a los factores que promueven el cambio en el país?
Una coalición política, cualquiera sea su signo, estará destinada a la derrota y también a la fragmentación si no tiene unidad de criterios sobre la ruta a seguir, sobre la táctica y la estrategia.
Eso pasa en la Mesa de la Unidad Democrática. Tal vez el tanganazo electoral que se avecina, de mayor intensidad si al final se impone la corriente abstencionista, los ayude a clarificar su situación interna y a determinar si es posible que puedan convivir bajo un mismo techo Henri Falcón y María Corina Machado, Henrique Capriles y Henry Ramos Allup , o Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular.
Por lo pronto, la unidad opositora tal y como la hemos conocido en los últimos tiempos, está en terapia intensiva. Y el PSUV, con el bisturí en la mano, gozando un puyero.