Desde su precaria vivienda de techo de zinc y piso de tierra, María Irene Burgos, una desempleada de 37 años, dice que el dinero que a veces consigue recogiendo tamarindo sumado al que le da su hijo mayor, vigilante en una finca, no le alcanza.
“A veces pasamos días sin comer y los niños pidiendo comida (en la calle)”, dice Burgos, quien para sobrevivir con sus tres hijos debió recurrir a las bolsas de alimentos que mensualmente entrega la gobernación de Miranda como parte del programa “Hambre Cero”, que atiende a 7.500 familias en pobreza extrema de esa provincia del centro del país.
A la pregunta ¿puedes comprar lo que quieras para alimentarte?, la delgada mujer suspira y responde: “Ojalá. La carne está demasiado cara. Ojalá uno si pudiera comer un plato de arroz bien hecho, con un bisté encebollado, una ensalada y un jugo”.
El impacto de los altos precios no sólo se siente con fuerza en comunidades rurales como El Tigre, del estado central de Miranda, a unos 40 kilómetros al suroeste de Caracas, sino en todo el país.
Venezuela, un importante productor de petróleo, alcanzó en abril un de las tasas de inflación anual más altas del mundo, del 22,9%, que supera en más del doble el promedio de la región y obliga a su población, integrada en su mayoría por pobres, a disponer de cerca de la mitad de sus ingresos para cubrir la cesta alimentaria, que ronda los 400 dólares.
El venezolano libra a diario una batalla contra la inflación que ha obligado a muchos a cambiar sus hábitos alimenticios y a sacrificar gastos de esparcimiento, vestimenta y aseo personal
La situación económica de los venezolanos “ha desmejorado un 100%”, dice Evelyn Villamizar, una estudiante de 29 años que habita junto a su hijo de cinco años en la populosa barriada de Petare, en el este de Caracas.
“Los que somos madre y padre a la vez estamos muy ahorcados. Ahorcados por los precios porque si te alcanza para una cosa, no te alcanza para otra”, dijo Villamizar tras recoger en una escuela pública de Petare a su pequeño hijo que es uno de los beneficiarios de una “merienda escolar”, que mensualmente entrega la alcaldía del municipio capitalino de Sucre a 19.000 niños pobres para cubrir parte de su alimentación diaria.
Villamizar aseguró que se ha visto obligada a cambiar su dieta alimentaria y a consumir “huevo en vez de carne”.
Para reducir gastos, la joven madre acude a la red estatal Mercal, que vende productos a muy bajos precios. Pero las largas filas y la escasa oferta de productos la termina arrojando al mercado negro, que vende muy por encima de los precios regulados.
El fenómeno de la inflación no es nuevo en el país. Los venezolanos lo han padecido por décadas. Pero en los últimos dos años el impacto se ha sentido con mayor intensidad debido a que los precios de los productos han crecido a un ritmo más acelerado que los ingresos, dice Ricardo Villasmil, profesor de Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA).
El gobierno socialista de Chávez trató infructuosamente de controlar la inflación fijando controles de precios, creando programas barriales que ofrecen alimentos a los pobres y mediante la importación masiva de productos alimenticios que se venden a precios bajos. También dispuso aumentos salariales periódicos.
Pero estadísticas del gobierno indican que el poder adquisitivo de los venezolanos se redujo en un 14,5% en los últimos cuatro años.
El año pasado, el salario promedio subió un 22%, comparado con una inflación del 27%.
Chávez culpa a los especuladores de los aumentos de precios, pero muchos economistas los atribuyen en parte a los excesivos gastos de su gobierno.
La nómina de empleados públicos pasó en la última década de un millón de puestos a 2,26 millones. El gobierno, además, ha expropiado algunas grandes empresas y ha asumido servicios como el telefónico, la producción de cemento y hierro que estaban en manos privadas.
El gobierno mantiene 6.000 “Casas de Alimentación”, que atienden a unas 900.000 personas de origen humilde, y cuenta con una cadena de comercialización que incluye la red Mercal, la Distribuidora Venezolana de Alimentos, los abastos Bicentenarios y las ferias socialistas, que cubren cerca de 35% del mercado local, según indicó la Agencia Venezolana de Noticias, estatal.
Aún así, los sectores más desposeídos han sido los más golpeados por la inflación, indicó Villasmil al referir que “el 25% más pobre de la población gasta el 45% de sus ingresos en alimentos”.
Entre marzo 2010 y marzo 2011 los alimentos en Venezuela subieron un 33,7%, mientras que el promedio de la región se ubicó en 7,7%, según las cifras que difundió en mayo la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
La inflación en Venezuela es consecuencia de un “fenómeno de oferta”, que se explica por el hecho de que hay muchos bolívares en el mercado persiguiendo pocos productos, dice Angel García Banchs, profesor de economía de la Universidad Central de Venezuela.
En los últimos seis años el oficialismo ha impulsado regulaciones que le han permitido echar mano de reservas internacionales y de supuestas “utilidades cambiarias” que han alimentado el gasto público.
Pero el gobierno también usa los crecientes ingresos públicos —generados por la emisión de billetes y los altos precios petroleros— para pagar la abultada nómina estatal, los programas sociales y cubrir las operaciones y servicios de empresas expropiadas que tras pasar a manos públicas han comenzado a dar pérdidas.
La política cambiaria y de control de precios ha desalentado la inversión y la producción local porque los ajustes de precios que se han dado en algunos alimentos regulados no cubren las alzas de insumos ni la devaluación, y hacen poco rentable la producción local de alimentos.
Ello ha propiciado una menor oferta de bienes y graves problemas de escasez de productos básicos como la leche, la carne, el azúcar, el café, el arroz, la harina y el aceite.
El gobierno dice que no es así y que la producción de alimentos se elevó en 44% en los últimos 12 años para alcanzar las 24,3 millones de toneladas producidas. Pero la cifra de importaciones alimentarias, que se ha más que duplicado en la última década, y los recurrentes problemas de escasez de algunos productos develan que hay un déficit de oferta local.
Los agricultores también dicen que algunos alimentos como la carne, la leche, el maíz, el arroz, el café y el azúcar han sufrido caídas en la producción en los últimos dos años debido a prolongados períodos de sequías, precedidos de temporadas de intensas lluvias que causaron fuertes inundaciones.
La producción también ha mermado debido al descenso de la inversión, que se ha visto desalentada por las expropiaciones y la negativa del gobierno a realizar ajustes de precios en bienes sujetos a control cuyos insumos han subido de manera considerable haciendo poco rentable el negocio.
Aunque el venezolano no está pasando hambre por efecto de la inflación, su situación alimentaria “se está deteriorando completamente” debido a que están consumiendo productos poco saludables, dice Marianella Herrera, presidenta de la Sociedad Científica Venezolana de Obesología.
“Lo que gana mi esposo es para el mercado y los alimentos”, dijo Yinest Martínez, otra habitante de El Tigre, al referirse a las dificultades económicas que enfrenta junto a sus tres hijos pequeños y su marido, quien es carpintero. “Siempre falta el jabón, el champú y eso. Pero lo primero (es) la comida de mis hijos y después lo demás”.
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