Es una de las imágenes clásicas del ocaso de los dictadores: exilio dorado, opulencia y un toque de melancolía. La esposa de Hosni Mubarak, Suzanne, no es una excepción. Con una considerable fortuna amasada por su marido durante 30 años de poder y que algunos estiman en 30.000 millones de euros, esta mujer, mitad egipcia, mitad galesa, seguirá viviendo como acostumbraba. Conocida en Egipto como «María Antonieta» por su aire monárquico, conservará mansiones, sirvientes, vestuario, joyas e invitaciones sociales. En Londres, su destino natural, podrá caminar un par de calles desde su casa, en el exclusivo distrito de Knightsbridge (valorada en más de diez millones de euros) para perderse en Harrods o tomar el té con los dueños de la gigantesca tienda Qataris. Esplendor no le va a faltar. Lo que sí va a extrañar, y mucho, es el poder.
El poder se le ha escapado de las manos sin que ella ni su esposo se hayan enterado bien cómo. El pasado mes de diciembre, en su condición de fundadora y presidenta del Movimiento Femenino Internacional por la Paz, Suzanne Mubarak inauguró un foro contra el tráfico humano como parte de sus actividades «humanitarias y caritativas». Era la mujer de siempre (segura, mundana, arrogante) en un medio que dominaba a la perfección.
Malos presagios
Ni siquiera un mes de enero lleno de presagios, que trajo la revuelta en Tunez, cambió su estilo. Nadie podía anticipar la velocidad de vértigo con que se ha precipitado la rebelión en Egipto. Hasta que, de pronto, con El Cairo tomado, con las principales ciudades alzadas, fue imposible negarlo. Era el momento de los preparativos, de las urgencias y las órdenes, de las maletas y lo que quedará atrás. Suzanne Mubarak siempre ha dicho que el Reino Unido es su segundo hogar. «Me siento tan bien en una cultura como en la otra. Soy bilingüe y tengo primos en Gran Bretaña». Su madre, hija de un minero galés, era una enfermera llamada Lily May Palmer. En un hospital de Londres conoció al pediatra egipcio Saleh Thabet, con quien se casaría en 1934.
Una mujer de mundo
Nacida en 1941, en un Egipto independiente aunque bajo fuerte influencia británica, Suzanne tuvo acceso a una educación de élite. En 1977, en la Universidad Americana de El Cairo obtuvo una licenciatura en Sociología y, en 1982, un máster en Sociología de la Educación con su tesina «Investigación de la acción social en el Egipto urbano: un caso de escuela primaria en Boulak». Pero su poder nació de su condición de primera dama y del férreo gobierno de su marido. Con estas credenciales, se convirtió en patrocinadora nacional e internacional de causas caritativas y obtuvo títulos honorarios de Universidades británicas, así como el reconocimiento de UNICEF, UNESCO y la OMS.
Gracias a su impecable inglés, a su sólida formación intelectual y a ese look construido a base de modelos sobrios y carísimos, ha sido una de las caras más aceoptables de Egipto para un Occidente que no se quería complicarse con los detalles internos de un país musulman. Como presidenta del Consejo Nacional de la Mujer, después de una oleada de ataques sexuales en 2008 no tuvo empacho en declarar a un canal panarábico que los hombres egipcios siempre han respetado a las mujeres. «Quizá hubo uno, dos o diez hechos, pero Egipto tiene 80 millones de personas. No podemos hablar de un fenómeno. Deben ser unos grupos de jóvenes con poco cerebro los responsables del fenómeno», aseguró. Una exhaustiva encuesta del Centro Egipcio por los Derechos Humanos de la Mujer, publicada el pasado año, ha puesto las cosas en su sitio: un 83 por 100 de las mujeres egipcias y un 98 por 100 de las extranjeras son sometidas a diario a algún tipo de acoso sexual.
Ahora los homenajes y la actividad pública ha desaparecido. Nadie sabe si el exilio será finalmente en Londres, pero no cabe duda que, lejos de su ajetreada vida de mujer de sociedad, Suzanne tendrá tiempo para soñar con gloriosos regresos, lamentar las traiciones sufridas y y ver que lo mejor de su vida ya ha sucedido.