La gente se desliza lentamente por las calles, pero con avidez. Les pesan las piernas, pero deben seguir. Los niños juegan montados en las tapas de los tanques, esos, los azules, los que la Alcaldía de La Guajira les donó una vez que ya ni recuerdan.
Los hombres de la casa pescan, enhorabuena, porque no todos los días hay agua frente a sus casas, y la Laguna está lejos. El recorrido no es triste, pero tampoco alentador: amas de casa quejándose del alcalde Hébert Chacón, gente sentada en los porches de sus hogares aferrada a sus enseres, murmurando que no se irán a los refugios hasta que no se ven el agua en el cuello.
Mire, señorita, los sectores El Baleado, San Bartolo, Rancherías, Jarara y este, El Carmen, están &39;hundidos&39;, no se ve el piso, pues; grita Wílmer Amaya, miembro del consejo comunal. Allí el agua empezó a subir a las 6.00 de la tarde del domingo. Según sus cuentas, suman 215 familias en peligro.
Es que el agua, producto de la crecida del río Limón (que sube o baja de acuerdo con los niveles de Manuelote), cubre toda la calle 13 de El Carmen, inunda casas hasta un metro, esconde algas y peces, y amenaza con pasar el Centro de Diagnóstico Integral Karouya y llegar a la plaza.
Resignados
Hoy, tal vez, el agua para los añú no signifique vida. Sus costumbres, tradiciones, quedan a un lado cuando se trata de resguardar sus enseres, sus animales y salvarse ellos.
En Puerto Cuervito no se distingue el piso de la Laguna; hay que andar con cuidado. Es casi mediodía, y los funcionarios del equipo de los Bomberos Imtevep y La Campiña deben darse prisa si quieren llegar a tiempo al sector lagunero Caño Morita.
Salen dos lanchas: en una van cuatro oficiales y dos militares; en otra tres voluntarios del pueblo paraujano, entre ellos Marilú Conrado, del consejo comunal. Indica la parada en una casa sin división de espacio, mitad concreto y mitad enea.
Hay tres familias; 16 niños y cuatro adultos. La señora de la casa se apresura, enrolla ropa, busca mochilas, organiza a los muchachos, camina, de allá para acá. Una chica, de 12 o 14 años, carga a un pequeño y vigila a dos más que andan por ahí. Otro, de la misma edad, tiene en brazos a un gordito.
Los niños no entienden qué pasa, por qué hay tanta gente. Sus pies descalzos &39;chapotean&39; agua. Se mojan hasta más arriba de sus rodillas. Se echan andar, se regresan. No confían en los funcionarios bomberiles, sobre todo una pequeña de camisa rosada que está en el único rincón seco de aquel espacio.
No se quiere ir, arruga la cara, se abraza, como si quisiera esconderse y desaparecer. Permanece así por los próximos diez minutos, ante la mirada distraída de quienes trabajan.
La muchacha de 12 0 14 años (la segunda en esta historia) toma a un niño que está en una hamaca, justo en el centro del palafito. Está enfermo, tiene gripe, la previene la señora de la casa.
Todos en una misma lancha, lo último que quieren es estar separados, aun cuando el hombre de esa casa se queda cuidando lo poco que tienen. ¿A dónde van? Al refugio de la Laguna, al lado de la iglesia El Carmen, junto con 249 personas más. Hay que apretar el paso, en Caño Morita hay diez familias más por trasladar.
Prevenidos
En la entrada de la Laguna, por la estación de servicio, a la derecha. Ese es el sector El Barro. Hay casas a medio llenar, caminerías invisibles, jovencitos bañándose, personas sentadas en las planchadas (porches) de los palafitos mojándose los pies, gente esperando lo peor, pero atenta, en guardia, con las lanchas amarradas a los pilares, listos para partir.
Abastos, fuentes de soda, casas de concreto, de eneas y mangle, con el agua jugando con el tiempo. Ni el parque del Parador Turístico se salvó. Solo se ven &39;medios columpios&39; y las sillas sobre las mesas.
Los paraujanos en el refugio tratan de ayudar a los días a pasar más rápido. No quieren otra Navidad ni Año Nuevo bajo agua. Aquí no están las tres familias que los bomberos de PDVSA ayudaron a salir al principio de este recorrido.
Los 16 niños y cuatro adultos no creen en promesas ni gobernantes. Ellos escogieron, y lo hicieron con la mirada puesta en los lugares habilitados en la plaza Bolívar, porque “allí sí llega la ayuda”, aunque saben que en cualquier momento, si el embalse de Manuelote supera los 51 metros con 69 centímetros (así se ubicaba ayer en la noche), el agua los perseguiría hasta el refugio San Francisco de Asís.
Operativo en tierra y agua
Los planes de rescate y prevención se activan antes de las 6.00 de la mañana.
Personal de seguridad monitorea niveles de los ríos Limón y Guasare, además de las represas de Manuelote y Tulé en una sala situacional instalada en el ayuntamiento.
2 clínicas móviles están frente a la Alcaldía de La Guajira.
En el municipio hay al menos 20 refugios.