Una de triquiñuelas con que Hugo Chávez estafó a sus votantes fue el de la democracia participativa y protagónica. “Con Chávez manda el pueblo” rezaba la ya olvidada consigna. Vamos a establecer el poder popular”, tronaba el candidato luego convertido en presidente y ahora, después de trece años de frustraciones, envejecido el discurso y rancias los reclamos de igualdad, anuncia la refundación de un mal llamado Polo Patriótico, “de abajo hacia arriba” para imponer “la hegemonía popular revolucionaria”.
Pura palabrería, paja loca, verborrea atosigante que ya dejó de seducir a las grandes multitudes con sus falsas proclamas de justicia social y de redención de los desamparados. A estas alturas todo el mundo sabe que detrás del pretendido “amor”, aquel que “más que amor (es) frenesí” (las pancartas oficialistas en deslumbrante carambola lo escriben con “c” de “frenecí”) se esconde un ansia de poder y de trascendencia mal entendida, bendecida por las tesis leninistas según las cuales es posible cometer los más insólitos desaguisados y tropelías si eso sirve para hacer avanzar el proceso revolucionario. “Si el fin no justifica los medios, entonces, en nombre de la cordura y de la justicia, ¿qué los justifica?, se preguntaba Vladimir Ilich Ulianov.
La ola de protestas que sacude el país (la última es la de Naiguatá) no sólo obedecen al hastío por la falta de respuestas efectivas ante la gama de calamidades que azota a los venezolanos o a la impotencia de las comunidades que se sienten traicionadas, sino, también, al reclamo airado por el incumplimiento de la promesas sobre participación y protagonismo.
Se exige la concreción de lo ofrecido, la creación del fallido poder popular, convertido en el poder de un hombre y de una camarilla. Se exige participación popular real y no la existencia de una gigantesca estructura clientelar que reparte migajas a cambio de sumisión y conformismo.
En algún momento Chávez pidió a las comunidades que protestaran cuando los gobernantes locales no cumplieran su palabra. Ahora vemos como reaccionan, escondiéndose, tanto el gobernador como el alcalde, en Vargas, ante la indignación de los vecinos de Naiguatá, reprimidos a punta de bombas lacrimógenas y perdigones porque detuvieron el tránsito, desesperados ante el homicidio de dos de los suyos. Pero la situación es dinámica, las protestas crecen en número e intensidad, se les volteó la tortilla, se les devolvió el boomerang, se les agotaron los trucos, están cosechando lo que sembraron y cada día la gente se convence más de que este gobierno tiene los días contados.
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