Mucho menos pálido que el personaje de vampiro que lo hizo famoso, Robert Pattinson ha intentado zafarse del encasillamiento al que lo condujo el éxito de la saga Crepúsculo. Y aunque sigue haciendo historias románticas, en Agua para elefantes, que se estrena hoy en el país, se rodeó de dos ganadores del Oscar: Reese Witherspoon (Johnny y June) y Christoph Waltz (Bastardos sin gloria). Con ambos repite un triángulo amoroso, pero esta vez más bucólico que aterrador.
Como si se tratara del melancólico Edward Cullen, Pattinson se toma su tiempo para hablar de las repercusiones de la fama: «Con la excepción del Oscar, me han entregado todos los demás premios. Y eso crea cierta responsabilidad, porque si a alguien no le gusta una película van a decir que es tu culpa».
–Con la fama que le ha dado Crepúsculo su vida parece un verdadero circo.
–Es una lucha constante. Tengo una vida muy aburrida, porque trabajo todos los días. Al principio me encantaba ir a las entregas de premios, pero ahora apenas me monto en un carro y me quedo dormido. Vivo con demasiado trajín.
–¿Y ahora sale con guardaespaldas?
–Raramente voy a ciertos lugares, por todo el escándalo que se arma. Ya no tengo tiempo para hacer locuras. Antes era divertido encontrarse con la gente y ver cómo todos se volvían locos. Me pasó muchas veces. Pero cuando, literalmente, hay que correr de un lado al otro, eso no se puede hacer.
–Hollywood es ahora su hogar. ¿Extraña su casa en Inglaterra?
–Inglaterra siempre será mi hogar, es algo que no voy a reemplazar.
–¿Qué lo mantiene con los pies en la tierra?
–Trabajar todo el tiempo. No tengo expectativas con nadie y por eso la fama no me afecta. Ni siquiera sé cómo aprovecharme de ella más allá de conseguir un par de lentes de sol gratis.
De vampiro a veterinario
Robert Pattinson nació en Londres el 13 de mayo de 1986. Inspirado por las películas de Jack Nicholson, decidió ser actor a los 15 años de edad. Participó en algunas obras de teatro amateur antes de conseguir su primera oportunidad en el cine. Fue en la cuarta entrega de la franquicia basada en los libros de J.K.
Rowling, Harry Potter y el cáliz de fuego (2005), en la que interpretó a Cedric Diggory.
Recuerda que obtuvo ese papel porque mintió en la audición. Dijo que sabía esquiar y jugar fútbol, cuando en realidad lo único que conocía era el billar y los dardos.
El momento de suerte para el actor llegó cuando fue seleccionado entre 3.000 aspirantes para protagonizar la saga Crepúsculo (2008), que narra el romance entre un vampiro y una adolescente.
Con tres entregas estrenadas y una cuarta película la final que será dividida en dos partes, Pattinson tiene trabajo para rato y unos cuantos millones de dólares asegurados (sólo con Eclipse ganó 17 millones de dólares).
Pero el intérprete sabe que su futuro también depende de los resultados que obtenga con otro tipo de películas, como Agua para elefantes, en la que cambió el papel de vampiro por el de un joven afectado por la Depresión de los años treinta en Estados Unidos y que se enamora de la esposa del director de un circo.
–En Agua para elefantes su personaje se hace pasar por veterinario para que lo empleen en el circo. En cierta forma se repitió la historia de la audición de Harry Potter.
–Ah, sí, es que miento todo el tiempo (risas). No sé si es igual en Estados Unidos, pero hay algo en Inglaterra que llaman «puntos de vida»: le preguntan al actor por todos sus talentos, acentos y cosas por el estilo; así, éste sólo tiene que marcar en los casilleros lo que es capaz de hacer. Yo marcaba todo.
–¿Por qué eligió trabajar en Agua para elefantes?
–Hacía tiempo que quería hacer una película ambientada en los años treinta. También me gustó la historia, claro.
–¿Sintió miedo cuando vio por primera vez al elefante de la película?
–No, pero me sorprendió ver al entrenador decirle Sit (siéntate) al animal y que éste respondiera como si fuera un perro. Fue entonces cuando decidí participar en la cinta, a pesar de no haber leído el guión antes.
–¿Es verdad que el animal se enamoró de usted cuando lo vio?
–(Risas). Suena como si hubiera seducido a un elefante. Todos decían que tenía un romance con él, pero creo que la relación sólo se basó en los dulces que le daba. Mi estrategia fue chupar un caramelo de menta y pasarlo por mis brazos y pecho todo el tiempo, sin decirle nada a nadie. Por eso el elefante me olía constantemente y yo decía: «No sé qué pasa, pero realmente me quiere» (Risas).
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