Refugiados venezolanos cruzan en masa la frontera con Colombia
A sus 52 años, Martín López cree que aún está a tiempo para iniciar una vida fuera de Venezuela. El viernes pasado cruzó la frontera de urgencia. Arrancó al llenarse de temor por las consecuencias de la decisión del presidente Santos de aumentar los controles fronterizos: “¿Nicolás Maduro reaccionará, como en el pasado, con una bravuconada y nos prohibirá salir?”, se pregunta.
Recién pasó con su maleta negra. Adentro lleva tres camisas, dos pantalones, una chaqueta para el frío, dos pares de zapatos, un cepillo de dientes, crema dental, un jabón, dulces para reanimarse en caso de desmayo y una botella de un litro de agua. Además, una foto en donde sonríen su esposa Melby Valera, 42 años; su hija Oriana, de 22, estudiante de derecho; y Victoria, de 15, en bachillerato. Las tres se quedaron en Caracas. Forman parte de la clase media venezolana que ha ido en picada. Él es bilingüe, administrador de empresas y un fracasado en los negocios. “Con la revolución intenté varias cosas: confecciones, bordados y hasta una cerrajería”, enumera. Pero los clientes escaseaban tanto como las materias primas: las telas, los hilos, las agujas, todo iba desapareciendo de la vida cotidiana. “La producción de todos los sectores se acabó”, resume.
Habló con su esposa y decidió emigrar. No tiene pasaporte porque en las oficinas de expedición le explicaron que no había papel para su impresión. Su esposa y sus hijas se quedaron para que las pequeñas terminen sus estudios. Está aquí confundido. Cree que en Colombia le irá bien, pero no descarta seguir de largo.
De pronto se ve rodeado de un enjambre de vendedores de pasajes de bus. “A Chile, a Chile, a Chile, partimos ya, solo 960.000 pesos”, gritan. ¿Cuánto tarda a Chile? “Siete días, los dejamos en Santiago”, responde un joven. “Pero ¿ese viaje debe ser muy agotador?”. “Bueno, el cuerpo sí llega bastante golpeado”, reconoce con experiencia el vendedor.
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La mayoría de los venezolanos que llegan a Colombia inician una diáspora que se expande por toda América Latina. De hecho, Migración Colombia registró que en el 2012, 2.338 venezolanos entraron a Ecuador por el Puente Internacional de Rumichaca, en Nariño. El año pasado fueron 226.294.
López hace cuentas. Pregunta otros destinos. La oferta es grande. A Rumichaca, 36 horas, 108 dólares; a Quito, 15 horas más y otros 25 dólares; a Lima, otras 15 horas, 25 dólares más. En total hasta Santiago de Chile hay 15 paradas. En teoría, porque el bus puede ser detenido por las autoridades de cada país, y es incierto el tiempo que se pierde.
López no es joven. Lo sabe. Tiene sus primeras canas, un poco más de medio siglo de vida, pero está convencido de que puede iniciar en cualquier lugar que no sea Venezuela una vida distinta para traer a su familia. Sin embargo, acepta que dudó antes de cruzar la frontera. “Allá todo mundo se quiere ir. Y ahora sabemos cómo hacerlo. Por ejemplo, aprendimos siempre a llevar dulces o azúcar por si uno siente que va a desfallecer”.
Y así, como en las dictaduras militares de extrema derecha, en las que los exiliados ironizaban con la frase de “el último que se vaya, que apague la luz”, ahora es un régimen de izquierda que manda fuera a millones de sus ciudadanos. Aunque en este caso, también hay espacio para la poesía. “¿Qué más lleva en la maleta?”. “Esperanza, la llevó cargada de esperanza”, dice López.