En los últimos años, tiempos de confrontación y polarización inútil, de chavismo, de pobreza, nuestra visión del mundo, de la historia y del presente, se han distorsionado de tal manera que ideología, improvisación y mala fe han convertido a Venezuela en un país vulnerable, desconfiable y peligroso, y presa fácil ante cualquier maniobra internacional, perdiendo así ejercicio pleno de soberanía, no sólo territorial (mire usted las fronteras), sino además y sobre todo de aquello que constituye deslinde de dignidad y respeto. Invadidos por todas la penurias y plagas, y siendo además y paradójicamente uno de los países más ricos del planeta, somos ahora una de las naciones con mayor índice de pobreza, criminalidad y corrupción.
Ahora bien, ¿cómo podría una nueva política exterior incidir en el cambio no sólo de la imagen del país, nuestra y ajena, y en su estructura moral, hoy tan venida a menos, sino además y también en beneficios concretos y tangibles para sus ciudadanos? Porque el petróleo no ha servido sino para negociar lealtades ideológicas a cambio de regalías inauditables para tantos países en el exterior mientras que aquí, en el fulano socialismo del siglo XXI, no hay con qué curar a los enfermos.
Lo primero sería aclarar perfectamente cuál es la relación entre política internacional y política interna; la diplomacia entre ambas. Según mi criterio, la política interna se impone; la política exterior debe estar al servicio de un proyecto nacional que da prioridad a la calidad y honestidad de vida de nuestros ciudadanos. La política exterior tendría que hacerse con los ojos y los oídos puestos en lo que comercio y negocios internacionales, por ejemplo, suman al bien de la república y a su posicionamiento, que más que abstracción filosófica se concretaría en “ciudadanía” entendida esta como democracia, dignidad, pan, cultura, y mucho más.
La visión mitómana, «saudita» , neo imperialista, protagónica o predestinada de ahora y de antes (Bolívar, Carlos Andrés Pérez y Chávez, por ejemplo), debe dejarse de lado de una vez y definitivamente, y en cambio establecer agendas concretas y realizables que tengan como fundamento la dignidad, a los ciudadanos y sus derechos humanos entre los que se incluyen su bienestar, la paz , sensibilidad y cultura. En suma prosperidad y ciudadanía para todos.
Leandro Area Pereira
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