La ortorexia nerviosa es el trastorno alimentario que consiste en la obsesión patológica por comer comida considerada saludable por la persona, lo cual puede llevar a la desnutrición e incluso a la muerte
Dos cucharaditas de avena mezcladas con agua y medio pomelo. Eso es lo que desayunaba Julia todos los días. Ella, como muchos otros, empezó queriendo tener una dieta saludable y terminó con ortorexia, el trastorno alimentario de hoy.
Es la trampa de la vida sana. Son en su mayoría adolescentes, pero también adultos que detrás de una elección por el mundo orgánico, el vegetarianismo y el veganismo, esconden un desorden más profundo.
«Es un trastorno poco conocido. Comienza como un inocente intento por mejorar la calidad de la alimentación, pero con el tiempo aparecen las obsesiones sobre qué se debe comer y qué está totalmente prohibido», explica Juana Poulisis, psiquiatra y autora del libro Los nuevos trastornos alimentarios.
No existen cifras exactas sobre estos desórdenes, pero se sabe que la prevalencia estimada de anorexia nerviosa -el trastorno más conocido- en mujeres jóvenes y adolescentes de países desarrollados es de 0,5% a 1%. El principal rasgo de las personas con ortorexia es la rigidez. Primero descartan la grasa animal, las harinas blancas, los hidratos de carbono, los aditivos y los conservantes. Y la lista no para de crecer.
Ortorexia deriva del griego orthos, lo correcto, y orexi, apetito, por lo que quiere decir literalmente «hambre por la comida correcta». Las personas que atraviesan una anorexia o bulimia tienen fijación con la cantidad, mientras que los ortoréxicos tienen fijación con la calidad de la comida. Si la ortorexia avanza, puede desembocar en una anorexia.
Los más afectados son los adolescentes, impulsados por el ideal de belleza y de felicidad instalado en la sociedad. Ellos no necesariamente tienen un bajo peso, porque la obsesión no pasa por la imagen, sino por comer bien.
Para Olga Ricciardi, directora del Centro Especializado en Desórdenes Alimentarios (CEDA), la ortorexia es la presentación más moderna de la anorexia, que aparece como la fisonomía de un cuidado extremo por los alimentos que se consumen. De a poco se va acotando el modo de comer de manera absolutamente restrictiva, acompañado de rituales.
«Es una modalidad que se viene presentando desde 2008 porque existe un fuerte estímulo publicitario. En los últimos 10 años creció enormemente la movida de la comida gourmet. En la posmodernidad hay un empuje cultural y publicitario en relación con la comida que se consume. El 90% de la incidencia es femenino», dice Ricciardi.
Desde la Fundación La Casita, empezaron a ver casos en la consulta en los últimos cinco años. «Tenemos un montón de pacientes que vienen con la idea de que son veganas o vegetarianas, pero te vas dando cuenta de que es más un trastorno alimentario encubierto que una filosofía de vida por la poca flexibilidad que tienen», cuenta Julieta Ramos, coordinadora del área de psicología de la entidad.
Problemas de salud
Cuando las reglas que establecen los alimentos permitidos comienzan a coartar la vida de quien las aplica, aflora este desorden alimentario. «La elección de la comida y la variedad se convierten en algo tan reglado que, paradójicamente, puede llevar a problemas de salud», agrega Poulisis.
Esto es justamente lo que le empezó a ocurrir a Julia. Un día comenzó con problemas de estreñimiento. Había perdido casi 20 kilos en menos de un año y su cuerpo se quejaba como podía. Con 1,70 metros de estatura, pesaba 55 kilos. Ése fue el punto final. Su mamá la llevó al gastroenterólogo y a una nutricionista que la derivó a La Casita. Y ahí empezó el verdadero camino de recuperación.
«Cuando me mudé a Buenos Aires para estudiar empecé a correr y a comer lo que yo consideraba saludable. En mi cabeza era una gourmet de la cocina y leía todo el tiempo sobre eso. Desde los 14 que era vegetariana, pero cada vez comía menos cosas», dice esta chica de 19 años, que hoy vive con sus tíos.
Se empezó a cocinar su comida y a buscar desenfrenadamente información sobre el tema en Internet. No podía pensar ni hablar de otra cosa.
«Lo mío era calidad y cantidad. Medía todo. Dos cucharadas de esto, una de otra cosa. Creía que tenía permitidos, pero nunca los llevaba a la práctica. No era consciente de lo que me pasaba», dice esta adolescente, que dejó de ser vegetariana hace un mes porque «el fundamento ideológico había perdido fuerza».
Hoy tiene otro color de piel, otra postura, otro humor. «Me gustaría poder dejar de pensar en la comida todo el día, porque te saca posibilidades de disfrutar de otras cosas», concluye Julia.
Para Ricciardi, el principal riesgo es que no hay conciencia de la enfermedad y son personas que no están dispuestas a curarse de nada porque no hay nada que curar. «Y mucho menos hacer un tratamiento», agrega.
El tema es que los padres también están atrapados en la cultura de lo sano, y entonces ven como una virtud de sus hijas que se enfoquen en comer «saludable». Esto genera un contexto que facilita la ortorexia y que retrasa muchísimo el diagnóstico.
«Las chicas arrancan cada vez más jóvenes con estos trastornos. Hasta hemos visto niñas de 9 años con esta patología. El problema es que ellas nunca se ven bien», explica Ramos.
Las adolescentes más vulnerables a padecer estos trastornos suelen ser muy autoexigentes.
«Los padres cuentan que antes de enfermar eran como las «hijas perfectas», con buen rendimiento académico. Tanto es así que encaran la vida saludable con la misma exigencia, llegando al momento en que lo saludable se distorsiona y ya todo les hace mal», expresa Paula Hernández, también coordinadora del área de psicología de La Casita.
Si bien las mujeres son las que tienen más inclinación hacia los trastornos alimentarios, los hombres no están exentos.
Santiago siempre tuvo sobrepeso. No le gustaba su cuerpo. De chico se ponía varios buzos para disimularlo. En la secundaria empezaron a molestarlo con el tema y decidió tomar cartas en el asunto. «A los 16, gracias a la materia Biología, empecé a entender qué es lo que tenía que manipular de mi dieta para poder bajar de peso y a tomar conciencia sobre qué tipo de alimentos eran buenos para este objetivo. Yo sabía que tenía grandes chances de caer en una anorexia porque soy extremista, obsesivo y exigente», dice este joven de 19 años.
Iba al gimnasio cuatro veces por semana, pegó el estirón y restringió su dieta a carnes, verduras, frutas y barritas de cereales. Medía 1,80 y llegó a pesar 51 kilos. «Mi cuerpo estaba al borde del colapso. Me cansaba el solo hecho de tener que estar todo el día despierto. Y ahí le pedí ayuda a mi mamá», recuerda Santiago, que siempre fue un excelente alumno.
Empezó un tratamiento en CEDA, donde estuvo dos años. Fue ampliando su dieta y hoy está en un peso sano y con las energías puestas en la universidad. «En gran parte caí en este trastorno por la presión social y porque quería estar en mejor estado físico para gustarle a las chicas. Ahora tengo otra relación con mi cuerpo. No me molesta un día comer de más porque pienso en el largo plazo y en tratar de mantenerme saludable», concluye Santiago.
Signos de alarma
Los especialistas señalan que lo importante es no catalogar los alimentos como saludables o no saludables. «El acento tiene que estar puesto en moderar las cantidades y aprender a comer de todo, pero también en el contexto en que nos alimentamos. Un signo de alarma es cuando los adolescentes comienzan a evitar salidas y encuentros con amigos o familia porque prefieren comer distinto del resto», agrega Hernández.
«Yo como de todo pero sano», «esto me cae mal», «me hace doler la panza» o «me da granitos» son todas clásicas excusas que encuentran para evitar ingerir determinados alimentos. «Porque son chicas muy inteligentes, hábiles en su discurso y hambrientas de información. En esto, las redes sociales son la peor compañía, porque permiten que la información llegue en todo momento», dice Ramos.
Uno de los factores que predisponen a tener un trastorno alimentario es tener padres dietantes. Desde las instituciones señalan que reciben a muchas chicas que están haciendo la misma dieta que la madre o que van al gimnasio juntas.
«Los padres también están inmersos en esto. Porque la generación de los que hoy tienen entre 40 y 50, que tienen hijos de 10 y 15, están enganchados en esto de la comida sana y orgánica. Y terminan sin querer metiendo a sus hijos en esta moda, que puede llevar a pacientes vulnerables a este tipo de trastornos», agrega Poulisis.
Fuente.ElNacional