Quizá nos desahoguemos por un breve período de tiempo, pero a la larga, terminaremos ocasionando graves estragos en nuestra convivencia. Y no es que no sepamos cómo tratar a nuestra pareja, sino que en esos momentos críticos perdemos lo que precisamente debería ser más importante: el sentido común.
Ya se sabe lo que dice el simpático proverbio de nuevo cuño: “no discutas con un tonto, porque primero te hará bajar a su nivel y después te golpeará con su experiencia”. Algo semejante puede aplicarse al mundo de las relaciones de pareja, en el que debemos evitar ser arrastrados a la espiral en la que parece haber caído la otra persona.
Más que contraatacar de manera cada vez más fuerte, quizá sea más inteligente rescatar a nuestra pareja de su propia estupidez y ayudarle a mantener la cabeza fría. O, si tal cosa no es posible, tener en mente los siguientes consejos que te trae El Confidencial para la próxima vez que el asunto esté a punto de írsenos de las manos.
Recuerda la navaja de Ockham
El fraile franciscano inglés Guillermo de Ockham alumbró lo que sería conocido posteriormente como el principio de parsimonia, que viene a decir que en igualdad de condiciones, la teoría más simple tiene más posibilidades de ser correcta que la compleja. Lo cual viene a cuento cuando comenzamos a construir castillos en el aire y a atribuir causas insospechadas al comportamiento de nuestra pareja. Probablemente la explicación más sencilla sea la verdadera, y si se le ha olvidado llamarte es porque realmente se le ha olvidado, no porque estuviese citada con su amante en un hotel a las afueras de la ciudad.
¿Por qué estás enfadado?
Intenta responder a dicha pregunta y descarta la primera respuesta: en muchos casos seguramente lo que tanto te haya enfurecido no sea el objeto de la discusión que se está manteniendo, sino otra razón más profunda o quizá un problema muy concreto que aún no se ha resuelto. En otros casos, ni siquiera tu pareja tendrá la culpa de tu enfado, sino que este puede haberse ocasionado en otro ámbito (trabajo, familia) y es ella quien está pagando los platos.
Para y deja que la otra persona se explique
No se trata únicamente de contar hasta diez entre exabrupto y exabrupto, sino también en dejar que la otra persona se explique y presente su versión de los hechos ante tus acusaciones. Quizá ello evite un aumento de la tensión hasta un punto de no retorno y solucione el problema sin necesidad de elevar el tono o sacar a colación otros temas. Nuestra mente funciona más rápido que nuestra lengua, y a veces una simple conversación sin alzar la voz sirve para convertir las sombras en luz.
Revisa tus argumentos
Muchas personas comienzan a discutir con una idea clara en su cabeza sobre lo que han de decir, especialmente si son ellas las que comienzan la confrontación. Ya que tan sabida tenemos la lección, quizá convenga revisar nuestra argumentación antes de pronunciarla en voz alta y, de esa manera, comprobar si lo que sugerimos es cierto o si se trata de una mera estratagema para hacer sentir mal a nuestra pareja. Si es así, quizá sea preferible tragarnos nuestras palabras.
Hazlo en el momento indicado
Para discutir apropiadamente sobre algo que nos molesta, también hay que saber cuándo hacerlo. El peor momento es, desde luego, cuando le tensión está a punto de explotar o en mitad de un cruce de acusaciones interminable, cuando las emociones nos hacen airear esos molestos trapos sucios que toda pareja tiene. Pero quizá tampoco sea muy apropiado aprovechar el buen rollo romántico para sacar a relucir aquel pequeño problemilla que ocurrió hace un mes y que hasta entonces no nos habíamos atrevido a comentar…
No pidas lo que no puedes dar
La estabilidad de una relación de pareja debe forjarse en el equilibrio más o menos simétrico entre ambos miembros: antes de acusar a la otra persona quizá convenga que nos paremos a pensar si estamos en disposición de exigir algo así a la otra persona o si es preferible, por el bien de ambos, pasar por alto pequeños detalles que en nuestro caso también han sido pasados por alto.
Una discusión no se puede ganar, sólo perder
¿Cuál es el fin de toda discusión de pareja? ¿Intercambiar exabruptos hasta que uno de los dos se dé por vencido y, convencido, pida perdón a su pareja y acepte que esta tiene toda la razón y nada más que la razón? ¿O simplemente hacerle comprender que uno de sus comportamientos nos ha molestado y que en lo consecutivo es preferible que se lo piense dos veces antes de volver a hacer algo semejante? Recordemos que muchas personas han ganado discusiones, pero a cambio, han perdido a sus parejas.
Los sentimientos no se discuten
El sistema judicial puede ser falible en ocasiones, pero la historia de las leyes ha proporcionado al ser humano una serie de herramientas racionales y útiles para solucionar sus conflictos. Por eso, quizá no sea tan mala idea tomar algunos de sus consejos y aplicarlos a nuestra vida en pareja, como es centrarnos en los hechos y no en las especulaciones. Es vital recordar que podemos tener algún desencuentro sobre los planes futuros o pasados, pero juzgar o anticipar sus sentimientos no nos hará más que realizar presunciones equivocadas.
Ponte en la piel del otro
Apelar a la empatía con la otra persona es uno de los consejos más habituales cada vez que surge una discusión, pero raramente se lleva a la práctica de manera estricta. Ello quiere decir que no estaría mal pensar cómo nos sentiríamos nosotros mismos si nuestra pareja nos espetase aquello que acabamos de reprocharle, si realmente somos justos al realizar tales acusaciones y si viene a cuento. Porque probablemente, la respuesta será negativa.
Con información de El Confidencial