Hizo su propio llamado a las cuatro de la mañana del pasado jueves. A esa hora se despertó mi hijo en su casa, a esa hora se cayó de la cama bruscamente por un sobresalto su nieta Dahomey, a esa hora se despertó alarmada una de sus hermanas, a esa hora varios amigos, como Martha López y Agapito Hernández también se levantaron a dar vueltas sin saber por qué, pero deprimidos; a esa hora quien escribe pegaba un brinco sobresaltado.
Fue la hora que escogió Dervis Romero para avisarnos que iba a entregar el testigo. Y personalmente no me cabe duda, porque a falta de habla, el espíritu escoge la forma de avisar lo que el cuerpo no puede.
Hasta ese preciso instante nos negábamos a la idea de que pudiera irse el amigo, el confidente, el consejero, el asesor, el músico, el profesional, el hombre que fue Dervis.
Sano por dentro y por fuera, limpio de alma y dotado de virtudes tan escasas hoy, Dervis era el auxilio permanente, la mirada precisa, la sonrisa perfecta…
Con él como amigo era imposible que uno se sintiera solo. Y es que Dervis era también como un médium, que sabía, aunque uno no le contara.
-Ringgg
-¿Aló?
-¿Qué te pasa Lil del Valle?
Siempre me llamó por mis dos nombres…
Una gaita
Dejando a un lado sus condiciones de ingeniero humanista, o de humanista ingeniero, Dervis Romero poseía otra virtud escasa: nunca se encasilló musicalmente en un ritmo. Sabía de todas las músicas, y bien, con conocimiento de causa. No en balde pasaba horas escuchando y apuntando, para luego compartir.
Con amor infinito hablaba de la monumental obra de Juan de Dios Martínez, allí, en el sur del lago de Maracaibo, y con ternura desglosaba las etapas de Cesária Évora, o los aportes de Miguelito Cuní al fraseo en el son montuno, para pasar con deleite a analizar el mundo de los arreglos hechos por el Pavo Frank, o las novedades de la salsa de los barrios, y seguía con intensidad mostrando las sutiles diferencias entre un joropo oriental y uno del llano, o expresando su admiración por José Romero Bello. Y así seguía delineando la actualidad de la música en África, pero no con generalidades sino país por país, con los nombres de los intérpretes, y sobre todo, de los instrumentos.
Sentía especial predilección por el sonido de la Kora, y distinguía sin problemas las profundidades de la percusión en el Bendir, el Yembé o el Atabaque. Y nos enseñaba. Así de prodigioso y bien formado era su oído. Cuando Dervis sacaba un habano ya uno sabía que lo que venía era para coger palco.
Tan hermosa como su cultura era su estampa. Siempre me pareció que Dervis era la reencarnación de un fino sonero de la década de los treinta o de los cuarenta. Siempre combinado, bien arreglado, mucho blanco y guayabera, el infaltable gorro, como si tuviera un egbó permanente mandado por Shangó.
Y el abuelo
Nació el 23 de agosto de 1962 en Maracaibo, y en su seno familiar fue el único varón. Tal vez por eso el apego profundo al abuelo, figura indispensable en su conversación para hilvanar historias de la gaita, de la zulianía, de los personajes que ofrendaron perfil a la tierra por el sol amada.
Amante de las tradiciones venezolanas, a Dervis le encantaba cargar con los aperos de la cocina, las verduras, los aliños, las cervezas, los discos, las libretas, el carbón, todo con tal de que un buen almuerzo tuviera sabor de tierra adentro.
Tal vez por ese amor a lo genuino fue que se enamoró de Nelly Ramos, la amada a la que ofreció el brazo y el alma cuando ella estoicamente se reponía de tanta pérdida con la tragedia del “Madera” (hermanas incluidas) y de golpes que hicieron mella en sus sentimientos.
Ese amor de Nelly y Dervis era para nosotros como el Hans y Jenny, que inmortalizara Aquiles Nazoa: Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían como dos colegiales comparten sus almendras… Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la transparencia de las fuentes y en la mirada de los niños, y en las hojas secas. Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los mendigos y en el perfume del pan tierno, y en las más humildes monedas.
Así, con problemas y todo, se sentía la energía amorosa de Dervis y Nelly, rompecabezas colorido, siempre oloroso a ámbar.
Y la muerte pisó el huerto
Muchos en el barrio comenzaron a darse cuenta de que algo no encajaba cuando observaron que no era Dervis el que estaba sacando a pasear a la perra, a esa perrita que salvó magullada, herida de debajo de un carro.
Y es que Nelly no avisaba a nadie de tan llena de angustia por lo que veía: Dervis daba tumbos. Lo que supusieron los médicos que era laberintitis, era un derrame. Johany, la hija de Nelly que con tanto amor Dervis levantó fue la que comenzó a avisar. Ya lo habían operado, y el pronóstico no era bueno.
Entonces vino la rebelión de todos como forma de esquivar la realidad. Pero ella, la realidad, se hizo presente a pedacitos.
Vi a nuestra amiga del alma, siempre tan fuerte y animosa, colocar en el oído de Dervis la voz infantil de Dahomey diciendo “te quiero abuelo, te quiero”, y los compases de uno de sus temas favoritos, el Donna Lee de Miles Davis con arreglos y ejecución del Pavo Frank, para luego caer desplomada en llanto sobre el pecho amado. Su mano en el corazón de Dervis le daba el tiempo. “No se siente, manita, no se siente”.
Era temprano ese jueves, y estábamos con Nelly, ya que después del aviso de las 4 de la madrugada habíamos enrumbado mi hijo y yo desde Guarenas a La Floresta. Las hermanas de Dervis, ejemplares y dignas, Nelly, Uncas y yo entonces lo supimos: no había sístole y diástole sino una inmensa paz de ojos cerrados con un gorrito puesto y una vía abierta hacia la eternidad.
Si la muerte pisa mi huerto/¿quién firmará que he muerto de muerte natural?
¿Quién lo voceará en mi pueblo?/¿quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal?
Hoy descansará en su amado Maracaibo, el de Chinco y Rafael Rincón, el de Ricardo, el de su abuelo del alma, la tierra de donde salió para encontrarse con San Agustín para siempre. Por eso este viernes, en su despedida, todos cantaron:
Compañero de cantos y labores, compañero de la libertad/ en el campo donde dejas tu vida tu presente y tu futuro está.
No abandones la tierra, compañero…
Lil Rodríguez
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