COPIAPO, Chile.- Dice que quiere bajar de peso, cuidar su salud, vivir la vida día y a día y no descarta volver a trabajar en una mina.
Al cumplirse este 12 y 13 de noviembre el primer mes del rescate de 33 mineros atrapados a 700 metros de profundidad en una mina de cobre y oro del norte chileno, uno de los protagonista, Daniel Herrera, dice que la fecha marca su primer mes de «renacimiento».
«La mayoría pensaba que estábamos muertos…creo que ahora todos planteamos la vida de otra manera. Hay que vivirla», asegura Herrera, de 27 años, desplegando una sonrisa de dientes blancos en su rostro ya moreno por el implacable sol de esta ciudad a unos 800 kilómetros de Santiago.
Atrás parecen quedar los días en que su piel palideció por la falta de sol: 69 días atrapado junto a 32 compañeros en la mina San José, en el desierto.
No hay ningún acto previsto para celebrar el primer mes de su salida del socavón donde quedaron atrapados el 5 de agosto por un derrumbe. Los 33, por milagro o coincidencia, estaban en un salón de comidas a esa hora. Allí tenían algunas provisiones, como latas de atún y agua.
Un bloque de unas 700.000 toneladas bloqueó la rampa en forma de espiral que va desde la superficie al fondo del yacimiento. Sin esa vía de escape y sin una chimenea con escalera, como dispone la ley, los 33 quedaron en el pequeño refugio-comedor a la espera de su rescate.
Tras 17 días, ya racionando la comida a una cucharada de atún por persona cada 48 horas y algunas gotas de agua, equipos de rescate lograron hacer llegar una sonda a un taller cercano al comedor y de ahí en adelante los mineros recibieron a través de ductos cavados desde la superficie comida y ropa, agua, camas de campaña, revistas y diarios, cartas de parientes, películas, medicinas.
A los 69 días, los rescatistas evacuaron a los 33 izándolos uno a uno en una jaula de acero a través de un túnel cavado en la roca viva.
Herrera, recuerda en una entrevista con la AP, que fue el número 16 en subir. Como sus compañeros, sin embargo, mantiene en secreto detalles de los primeros 17 días, porque acordaron que ese material será para un libro o película de cuyas ganancias todos tendrán parte.
Mantienen el compromiso del secreto y pocos acceden a ser entrevistados. Otros lo hacen si se les paga, y los que hablan gratis lo hacen en términos generales, sólo dando pistas de lo que sufrieron, de las fracturas dejadas en las familias y de lo que disfrutan ahora.
El boliviano Carlos Mamani, de 24 años, único extranjero del grupo, tiene «un representante», que es su suegro, Jhonny Quispe, quien arregla las entrevistas y la tarifa, con un mínimo de 15 millones de pesos (unos 31.000 dólares).
«Estoy pidiendo por cualquier entrevista… que sea con la plata…yo no puedo hablar gratis porque son mis derechos… porque yo en este momento no estoy trabajando», dijo Mamani a la AP por teléfono. «La entrevista, la historia que vivimos, todo eso tiene su costo…Todo tiene su precio».
Otros han tenido problemas con familiares, como María Segovia, hermana de Darío Segovia, uno de los 33. Por su espíritu alegre y colaborador, María fue conocida como la «alcaldesa» del campamento improvisado que levantaron los parientes a las afueras de la mina a la espera del rescate.
Tras la evacuación de Segovia, María, que vive más al norte en Antofagasta, donde vende empanadas en un mercado popular, fue con otros de sus hermanos a visitar a Segovia al hospital de Copiapó tras el rescate.
«Mi hermano no nos recibió» en el hospital, narró María por teléfono. «No sé qué pasó…espero que recapacite, yo a él lo quiero mucho».
Alberto Iturra, que dirigió el equipo de sicólogos que apoyó a los mineros durante el encierro, asegura que el tema de los cobros y desavenencias familiares son normales y obedecen a que los 33 han decidido resolver situaciones que se arrastraban por años.
«Ellos están tomando decisiones de cómo quieren vivir, están poniendo las cosas en su dimensión y puede ser que a lo mejor hasta se equivoquen, pero pueden después volver a cambiar», dijo Iturra por teléfono.
Más que esos temas familiares, Iturra dice que habría preferido que los mineros comenzaran a trabajar a los 15 días o al cumplirse este mes, porque «es como regresar de vacaciones. El trabajo incluso te cansa el cuerpo y llegas a dormir por la noche. Ahora, si no duermes, por ejemplo, puede pensarse que es estrés postraumático, y no, es que estás descansado».
Junto a un grupo de sus compañeros, Herrera regresó el jueves desde Santiago, donde estuvo arreglando detalles sobre viajes al extranjero a los que los 33 ha sido invitados: desde visitar Tierra Santa hasta asistir a un partido del Manchester United en Inglaterra.
Herrera bromea con amigos sobre su próxima visita de tres días a Inglaterra en diciembre, todo financiado por una viña chilena que uno de los patrocinadores del Manchester. Comenta que muchos le dicen que así vale la pena tener accidentes.
«Claro, ahora ustedes que saben el final (del rescate), yo creo que todos irían a encerrarse a la mina, pero al principio, los primeros 17 días, nadie hubiera querido», dice Herrera, el sexto de siete hermanos.
Antes de ir a Londres, viajarán del 18 al 21 de noviembre a Los Angeles para aparecer en el programa «Héroes» de la cadena CNN. Retornarán a Chile y luego volarán a Londres.
A fin de año viajarán a Jerusalén invitados por el gobierno de Israel, Y con ese viaje, paran sus planes, dice: «No estoy haciendo planes a largo plazo por el momento, quiero vivir la vida día a día».
Sobrevivir el accidente «es un manera de renacer», señala.
La vida hay que «disfrutarla, estar más con los de uno, cosas que antes uno no hacía. No estaba mucho con la familia, estaba con los amigos, salía. Ahora prefiero a la familia», añade.
Aunque no hace planes a largo plazo, tampoco descarta volver a la minería.
«Sii, siiii», alarga la respuesta cuando se le consulta si volvería a una mina. «Mi mamá no quiere, pero las cosas son distintas, uno tiene que trabajar en la vida».
Los 33 están de licencia médica desde el día del accidente, por la cual reciben sus salarios, según manda la ley. Herrera dice que esa licencia se extendería unos seis meses, pero que no está seguro qué puede ocurrir.
La suerte de la empresa propietaria de la mina San José está por definirse. Puede declararse la quiebra o arrendarse sus maquinarias, explica Javier Castillo, dirigente del sindicato de la compañía con 361 trabajadores, de los cuales sólo los 33 están cobrando.
«Yo me sentía cómodo trabajando en la minería…el hombre es un animal de costumbre», indica Herrera sobre los rigores de un trabajo en ambientes cálidos y húmedos, de encierro, y de riesgos.
Con su 1,85 de altura, Herrera bajó de sus 104 kilos hasta 88 kilos, por la dieta obligada. Tras su rescate, confiesa entre risas, ha subido hasta 95 kilos. Dice que el viaje en la jaula hasta la superficie, no fue cómodo. «Estaba encogido», señala, mientras achica sus hombros y recoge sus brazos sobre el pecho. Pero aclara que no le molestó, porque después de todo, era el final.
«Debo pesar 93 (kilos), hay que cuidarse», remata, tocándose el abdomen.
Lo que les ocurrió, asegura, reafirmó sus creencias religiosas.
«Confirmé cosas, valores…sé que en Señor Dios nos ayudó mucho a llevar lo que pasamos. Nos ayudó a todo, en todos los sentidos. Sin duda ninguna», dice.
Con unos ocho meses trabajando en la mina como chofer de camiones, Herrera sólo conocía a unos cuatro de su turno de trabajo. En el obligado encierro se desarrollaron lazos que asegura permanecerán en el tiempo.
«La amistad entre nosotros no se va a acabar nunca», dice Herrera.
Vía AOL