Hombres y mujeres mojados y llenos de lodo, algunos descalzos, transportaban el sábado bolsas de supermercados con suministros básicos para aquellos que estaban demasiado débiles como para hacer el peligroso viaje colina abajo hacia la ciudad.
La ayuda prometida por el gobierno era escasa y 11 helicópteros enviados para rescatar a los afectados tuvieron problemas para volar por las nubes bajas y la lluvia constante. Muchos de los policías y guardias nacionales, además, estaban más ocupados en mantener el orden que en distribuir provisiones de emergencia.
La ayuda no había llegado a sobrevivientes en comunidades aisladas como Cascata do Imbui. Dos avalanchas desaparecieron la carretera, dejando en algunas partes sólo un pedazo roto de asfalto guindando sobre un abismo.
“Este era un lugar hermoso. Era un lugar feliz”, dijo Renato Motta de Lima.
Como muchos otros sobrevivientes, intenta bloquear sus emociones. La pérdida es demasiado grande. Motta de Lima no puede detenerse a pensar. Si piensa, no puede prestar ayuda a los otros.
Al menos cuatro de sus familiares quedaron enterrados entre el lodo.