Consideremos algunas condiciones de éxito que la teoría y la historia nos enseñan sobre las transiciones políticas desde las autocracias hacia las democracias.
La primera es que no existe una correlación demostrable entre las crisis económicas y los cambios políticos no electorales. El concepto de población tipo Hulk, que se rebela contra el poder y lo saca por la fuerza por el deterioro dramático de la calidad de vida, suena lógico, pero la historia no logra demostrar esa correlación. Si bien hay algunos casos puntuales, en la mayoría de los casos eso no es suficiente. China, Cuba, Zimbabue, Libia son ejemplos que grafican este tema. Las transiciones ocurren por procesos políticos y sociales y estos no suelen ser espontáneos.
El segundo elemento es que las transiciones se concretan a través de implosiones, es decir fracturas insalvables dentro del grupo de poder. La estrategia de la oposición es elevar el costo del gobierno por evitar las elecciones y reprimir, poniendo barreras, locales e internacionales, que hagan más difícil a los actores oficiales cruzar fronteras peligrosas, sin generar divisiones y deserciones. En el caso particular de Venezuela, este aspecto es el más prometedor, si consideramos que el desmarque de la Fiscal General podría significar sólo la punta del iceberg.
El tercer elemento es que una protesta exitosa debe integrar a todos los estratos. Pude ser iniciada por elites, pero sólo es efectiva si incorpora la participación de las masas populares, en sus propios espacios, logrando una presión homogénea que se convierte en inmanejable para los cuerpos represivos del Estado. Esta tarea, aunque con algunos trazos, está cruda.
La cuarta dimensión es quizás la más importante y la más difícil de lograr. La protesta efectiva es pacífica. Es un asunto estratégico. Hay una diferencia de fuerzas, armas y organización brutal entre el Estado y los voluntarios civiles, sin preparación, ni armamento sofisticado. Pero además, hay una relación inversa entre la violencia y la masificación de la protesta. Mientras más violencia se incorpore a la lucha (justificada o no) menos gente está dispuesta a participar. Son muchos los que pueden ir a una marcha o concentración pacífica, pero pocos los que están dispuestos a arriesgarse en actos de reacción violenta. Si ésta se incorpora, se disminuye la participación y se encapsula la lucha en ghetos, haciendo más fácil al gobierno su control. La expresión común: la violencia la ejecuta y la promueve el gobierno, sólo confirma que es a él a quien le interesa y conviene que ocurra. Si caes en su juego, sueles perder.
Finalmente, las experiencias de transición exitosa tienen un líder concreto que resalta sobre todos, enamora a las masas y las conduce a la lucha pacífica. Les dé orientación y sentido. Moviliza al pueblo base, pese a los riesgos de sus zonas y construye una esperanza de cambio concreta y de protección futura. Es obvio que sin una conducción adecuada, la respuesta natural a la violencia del gobierno es tratar de responder también con violencia. Pero es el líder el llamado a convencer a la población de que el peor enemigo del éxito son los radicales, pues ellos venden la violencia como solución, cuando la violencia es realmente el problema. Hay muchos líderes políticos en Venezuela, pero ese líder especial no está todavía en la foto. Hay un vacío que la población quiere llenar y es precisamente en estos momentos donde alguno, conocido o por conocer, puede tomar ventaja y consolidarse como tal. Hay varios en la escena y ustedes los están viendo. Son inteligentes, comprometidos, organizados, involucrados con la población más pobre y jóvenes. Las encuestas ayudarán en breve a entender cómo les va en los próximos meses.