Me parece que a estas alturas ya no es relevante explicar que Venezuela está en una de sus peores crisis económicas de la historia. 93% de los venezolanos coinciden con esa apreciación, mientras los indicadores económicos del país así lo demuestra. Pero no porque los podamos leer en los reportes ausentes del Banco Central, que decidió no publicar data bajo la tesis de que si no oficializa la inflación, el desabastecimiento, el desempleo, la pobreza y la caída de la producción, ellas no existen. El tema es que la crisis está en nuestras narices, cuando vamos al supermercado y vemos la explosión de precios o cuando tenemos que buscar productos esenciales en el mercado negro, llámese bachaqueros, compras directas en frontera, contrabandistas, puerta a puerta desde Cotsco, Publix o Sams o importadores privados que se atreven a traer las mercancías a dólar negro y colocarla, maquilladita de Dicom, en canales formales, con precios de mercado internacional o más, que por cierto ha registrado una inflación de dos mil trescientos cincuenta por ciento en los últimos doce meses.
Pero si esto no es suficiente para graficar la crisis, podemos recordar los largos recorridos por farmacias de todo el país, o las llamadas a amigos para ver si les queda un blíster por ahí de su última enfermedad (aunque sea vencido) o jalando mecate a un amigo viajero para ver si te hace la caridad en esas farmacias de Bogotá, Panamá, México, Miami, New York o Madrid que se hacen las locas con las órdenes médicas por solidaridad con la crisis venezolana, o mandando mensajes por Twitter, Facebook o Instagram, buscando desesperadamente una medicina urgente para ti o tu esposa, tus hijos, tus padres, tus tíos, tus amigos o tu perrito en aprietos, con una lista gigante de opciones alternativas que te escribió el médico en su récipe, empezando por la marca comercial más relevante y pasando por los genéricos, los similares, los sustitutos imperfectos, las medicinas homeopáticas, naturistas, flores de Bach y una posdata que recomienda Té de Coca y una rezadita de despedida en caso de falla absoluta de medicamentos serios o alternativos.
No tengo espacio para seguir ejemplificando los otros indicadores de la crisis, como el terror por la inseguridad desbordada, la pelazón para conseguir champú y desodorante, los racionamientos eléctricos, ya sea porque viene el niño, la niña, la abuelita o Serafín y la falta de agua, entre miles más.
Y entonces la pregunta de moda esta semana es: ¿se puede estabilizar el dólar negro? Y la respuesta es claro que sí. El rollo es que para eso tienes primero que estabilizar la economía en su conjunto, porque la cosa no funciona desarticuladamente. Y eso exige reconocer que la embarraste, entender las causas reales de la crisis sin maquillarla, llamar a los actores políticos y económicos del país para negociar un acuerdo nacional de rescate de la crisis, basado en el fortalecimiento del mercado, la apertura y sinceración cambiaria y de precios, la colocación del sector privado como protagonista de la recuperación, la focalización de los subsidios directos para atender las necesidades de los más afectados, la búsqueda de apoyos financieros multilaterales para soportar los costos del ajuste en la economía y la sociedad, recorrer el mundo para presentar el cambio en el modelo y soportar la estrategia de refinanciamiento de deuda externa y, finalmente, negociar el cambio político necesario para que todo lo anterior ocurra y sea creíble y estable. ¿Fácil? Fácil no es, pero todo se puede, el tema es hacer lo que se tiene que hacer a pesar de tener miedo, lo que por cierto coincide con el concepto de valentía.
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