La historia registra cincuenta y siete casos de hiperinflación en el mundo. Obviamente cada uno de ellos es particular, pero las diferencias entre ellos se refieren más al tiempo que sus gobiernos duraron en reconocer la necesidad de tomarse la medicina, que es la misma en todas partes, que la efectividad de la misma, pues lo común entre estos casos es que cuando se la tomaron, se curaron. Cuando los gobiernos reconocieron la necesidad del ajuste racional y se lo tomaron en serio, incluso conociendo sus efectos secundarios, resolvieron el problema con relativa rapidez. El rollo es que hay algunos gobiernos que se la tomaron rápido y otros que rehuyen los costos políticos y sociales de hacerlo y eso empeoró el problema, hasta que igual se les hizo insostenible y terminaron haciendo lo mismo, pero más tarde y con más costos para el país.
Los casos de hiperinflación están separados en dos grupos. Los países que reaccionaron rápido y duraron apenas dos meses en promedio para resolver su problema y los que se empeñaron en luchar contra la racionalidad e intentaron mecanismos populistas antes de darse cuenta que no funcionan y ahí el average sube a dos años, con casos extremos, como Nicaragua, que se tiró cinco.
El patrón de los mala conducta es similar. Primero alargan el control, después buscan culpables en el sector empresarial y seguidamente en los mismos actores oficiales a quienes habían encargado la ejecución de los controles, sin reconocer que el problema no es el controlador sino el control. En el momento cúspide, entienden que tienen que abrir, pero se enfrentan a dos problemas centrales: 1) no tienen experiencia ni expertos que entiendan cómo funcionan los mercados abiertos y 2) temen los costos políticos y sociales del ajuste. Entonces, queriendo abrir, no saben cómo y les da miedo.
En el caso venezolano, lo estamos viendo tan claro como el agua. Hablan ahora de apertura, pero con una nomenclatura propia, creyendo que al mercado se le puede engañar, como a la población básica, con cantos de sirena. Entenderán luego que la economía es rebelde como un río.
Vemos a los voceros oficiales diciendo que el mercado cambiario ahora es libre, pero ellos fijan la tasa para “protegernos” de la “especulación” cambiaria. Es decir, ellos decidirán cual es la tasa “adecuada” de mercado. Hablan de mercado libre, pero fijan cuotas de compra y restringen cantidades y participantes. El resultado, por supuesto, es igual que el anterior, porque un mercado no se abre porque digas que es abierto, sino porque lo abres de verdad y eso exige dos condiciones fundamentales: cero restricciones a la compra y venta y un tipo de cambio de verdadero mercado, sin big brothers que pretendan decidir si el valor es justo o no.
Mientras están en esta fase, la economía tiende a deteriorarse más y el gobierno deberá flexibilizarse a través de la vieja estrategia de hacerse el loco. Pero el tiempo es finito. La economía tiende a colapsar y es entonces cuando no les quedará más remedio que abrir de verdad. Y para eso requieran recursos frescos para ayudar a la población más afectada. Pueden ser apoyos clásicos o de nuevos aliados internacionales, pero no es posible avanzar sin ellos o colapsa el sistema. Ahí, en la combinación de seriedad fiscal, libertad cambiaría, rescate de confianza institucional, sinceración de precios generales y de bienes públicos, apertura de la actividad petrolera y minera, participación intensa del sector privado y recursos de apoyo internacional está el “secreto”. No hay fórmulas mágicas y la situación es binaria. O haces lo correcto o no sales de la crisis. Esa es la historia económica del mundo y esta no será la excepción.
luisvleon@gmail.com|El Universal