No creo que haya que profundizar en los errores cometidos por la oposición en la lucha contra el gobierno y su avance hacia el totalitarismo. Esto se ha discutido hasta el cansancio y a veces se confunden los errores con la causa del problema. Aclaro que por muchos errores que se hayan cometido, la crisis no se debe a la oposición sino a la implementación de un modelo político que cercena las libertades en los diferentes aspectos de la vida. Recordarlo es clave para no confundir culpables y para evitar la apatía, frustración, desconfianza e inacción que suele generar esta confusión.
Por eso, ver a los “líderes y lideresas” radicales, fundamentalistas y autoatribuidos dueños de la verdad y los principios éticos y morales, focalizar su energía y su rabia contra los otros opositores, en sus discursos, redes sociales y medios de comunicación o en sus laboratorios de guerra sucia (que son tan feos y bajos como los de su enemigo real), me da alergia, aunque no sorpresa. Buscan convertirse en los líderes que no son, ni serán pese al libreto diseñado por sus asesores acartonados para intentar “tomar ventaja” de la frustración de la población.
Así como se puede proyectar el resultado negativo de los modelos intervencionistas, se puede hacer lo mismo con la respuesta de los fundamentalistas que creen que el problema se reduce a destruir a quienes no piensan como ellos (es decir, hacer lo mismo que los chicos malos), sacar el líder negativo como sea (y no importa si la inestabilidad del futuro queda cantada, ni cuanta gente inocente se llevan por delante) y provocar un modelo económico concentrado estrictamente en el libre intercambio de bienes, que asumen suficiente para resolver el problema, sin entender que ese libre mercado, como planteaba el mismísimo Hayek y analiza Vargas Llosa en La llamada de la tribu: “no funciona sin un orden legal estricto y eficiente que garantice la propiedad privada, el respeto de los contratos y un poder judicial honesto, capaz e independiente del poder político”. Sin esto, se estaría condenado al mercantilismo. Entonces no basta con abrir los mercados, sino que se requiere una reforma integral, una descentralización real y la transferencia a la sociedad civil (los individuos soberanos) de las decisiones económicas esenciales. Y la existencia de un consenso respecto a unas reglas de juego que privilegien siempre al consumidor sobre el productor, al productor sobre el burócrata, al individuo frente al Estado y al hombre vivo y concreto de aquí y ahora sobre aquella abstracción con la que justifican todos sus desafueros los totalitarios: “la humanidad futura”.
Es decir, se necesita una propuesta seria y la capacidad de negociar su implementación, pero los fundamentalistas sustituyen su incapacidad de una y otra cosa… atacando por Twitter a los otros opositores. ¡Bravo! ¡Brillante!
Es obvio que el país está destruido y claro que la revolución chavista es responsable de este desastre. Pero la solución del problema nos exige abrir nuestra mente y entender, como plantea Isaiah Berlin, que no existe una sola respuesta verdadera para cada problema humano.
Y entonces, ¿será que creen los radicales que van a convertirse en los grandes líderes atacando y descalificando a propios y extraños, asumiéndose monopolistas de la verdad y sin tener una oferta concreta, integradora y que haga a la gente soñar?
La verdad es que el debate político venezolano no sólo es malo, sino sobre todo aburrido, porque no hay nada nuevo, nada retador que ponga en jaque a nuestro propio pensamiento. La buena noticia es que la demanda (en este caso de liderazgo efectivo) suele generar su propia oferta. Ojalá estemos cerca de verlo.
Luisvleon@gmail.com|El Universal