El país está rodando por el barranco y no parará sin un esfuerzo titánico de todas las partes, incluyendo un sacrificio enorme de la población. El marco para los anuncios económicos que dio el Presidente es una situación de desequilibrio en todos los planos. La escasez de alimentos regulados en los comercios es la más elevada de la historia del país y ya contaminó también al mercado negro. Pero peor aún es la escasez galopante de medicinas que aterroriza a quienes aquí vivimos. Las asignaciones de divisas al sector privado son mínimas y las empresas han decidido parar sus importaciones y cerrar líneas de producción.
Los proveedores internacionales, sin recibir pagos por sus despachos previos, han suspendido créditos y envíos que no sean pagados a la vista. Las casas matrices de las empresas extranjeras desconsolidan sus operaciones en Venezuela para evitar contaminar sus cuentas internacionales, como si del Ebola se tratara. La inflación está desbordada ante la escasez y el financiamiento monetario del BCV, produciendo dinero artificial para maquillar el hueco.
Las amenazas a Empresas Polar y a las empresas transnacionales sólo pulverizan cualquier rastro de confianza y alejan la posibilidad de solución. Como si fuera poco, la situación del mercado petrolero no permite ser optimista sobre ingresos futuros de Venezuela y eliminan el margen de maniobra, aunque sea para maquillar la crisis. Y como guinda de la torta, El Niño (en ese caso me refiero al fenómeno) agarra al país sin preparación ni inversiones eléctricas adecuadas. La situación del Guri es desesperada y las restricciones eléctricas y de agua empeoran cualquier posibilidad de recuperación productiva. Los controles de precio sólo han agudizado el problema de escasez e inflación… como es usual.
El aumento de importaciones públicas ha generado pérdidas gigantes de eficiencia y evidentes problemas de corrupción. Las expropiaciones de empresas privadas sólo han destruido capacidad productiva, espantado inversiones y provocado más escasez. El empeño de mantener la gasolina como un regalo absurdo le cuesta a la nación, en crisis, millardos de dólares tirados a la basura. La negativa de negociar financiamientos de apoyo internacional obliga al país a comprometer más producción y oro y reduce margen de acción. La elevación de temperatura del conflicto político, como respuesta del gobierno para tapar su debilitamiento popular, bloquea acuerdos vitales para la solución del problema.
¿En ese marco, que debería hacer el gobierno? ¿Y qué hizo?
Debía reconocer la magnitud de la crisis, llamar a un acuerdo nacional para enfrentarla y presentar un plan de ajuste racional, negociado. Pero dedicó cuatro horas a culpar a la guerra económica y los marcianos. Algo que le ha sido claramente inútil y contraproducente hasta ahora.
Debía modificar la estructura del sistema cambiario, ajustando y liberando el dólar y subsidiando en bolívares, pero decidió mantener el tipo de cambio múltiple, dejar ilegal el mercado paralelo y hacer una devaluación extremadamente moderada, que aún no está claro como implementará, pero que no levanta ni un suspiro.
Era necesario anunciar un incremento de la gasolina, atado a un subsidio al transporte y la suspensión de subsidios internacionales. Bueno, en este inning se fue de tres, dos. Su mejor averaje.
El gobierno debía reducir importaciones públicas y reestablecer y estimular la actividad sector privado para la producción y distribución. Y habló justo de lo contrario, en una magistral contradicción, en la que se mostró la podredumbre del sistema de distribución pública, pero se ofreció como la única solución a los problemas de distribución… de bienes que no hay.
Publicado en El Universal