«Que en un libro recientemente aparecido, alguien ha tenido la escalofriante idea de reunir las frases notorias de esa chusma que responde al nombre colectivo de clase política. El libro, construido a base de anécdotas y personajes, empieza a leerse con un gesto divertido, pero luego la sonrisa se transforma en mueca de angustia. Cielo santo, se dice uno. En manos de quiénes estamos.
Lo que salta a la cara es una desabrida colección de ordinarieces y de ignorancia extrema. Una radiografía estremecedora de los incultos demagogos que mangonean este desgraciado lugar: animales de monte, navajeros de bar de mala muerte, chabacanos y ordinarios que no sólo no se avergüenzan de su pobreza intelectual y su manifiesta incapacidad de articular sujeto, verbo y predicado, sino que encima nos regalan finezas ideológicas como aquella de: «Me encantan los animales, y si son hembras y con dos patas, mejor». O: «A los socialistas les vamos a cortar las orejas y el rabo».
Dirán mi madre, y el obispo de mi Diócesis que a buena hora me pongo sarcástico en esta página. Así que antes de que mi progenitora me jalé las orejas, y el obispo diga vade retro, y el notario escriba indignadas cartas para que me boten de Venepress, me adelantaré apuntando que yo no pido que vote por mí a nadie, ni me chuleo a los demás, ni al partido; y voy por la vida de francotirador irreverente, no de padre de la patria. Así que me reservo el derecho a escribir como me salga del forro. Derecho del que carece toda esa tropa que bebe whisky a costa del contribuyente. Toda esa pandilla a menudo analfabeta, que hasta cuando paga la cuenta del restaurante con la Visa Dorada firma con faltas de ortografía. Impresentables que sólo podrían hacer carrera política en un país como éste; imbéciles capaces de hacer que cualquier ciudadano normal se ruborice cuando se ponen de pie y prueban el micrófono diciendo: «¿me se oye, me se escucha?», y a continuación balbucean torpes discursos sin el menor conocimiento de la sintaxis, sin la menor preparación cultural, con una ignorancia flagrante de la Historia, y la memoria, y la realidad del país en el que trampean y medran. Discursos de los que brilla por su ausencia el más elemental vislumbre de talla política, y que suelen consistir en la sistemática descalificación del contrario. Ni siquiera esos tontos saben insultar como Dios manda.
Pero ahora el personal se lo traga todo, y da igual, y los diarios no titulan con ideas, ni las exigen, pues nadie las tiene, sino con la última estupidez o la última calumnia. En vez de programas y soluciones, la clase política se pasa las noches rumiando el insulto o la supuesta agudeza que va a soltar al día siguiente. Y así, de ser un simple argumento o refuerzo táctico, el insulto ha pasado a convertirse en argumento central; y único, de todo discurso político.
Y no se trata ya de que aprendan Historia, o Retórica, o modales. A buena parte de ellos habría que empezar por enseñarles a leer y a escribir. Y a deletrear. Por ejemplo, la Ve de vaca con la e y con la r: Ver. Que es la primera sílaba, damas y caballeros, de la palabra ver–güen-za”.
Y ustedes pensaron que me volví loco y me destapé a insultar a la honorable clase política de por estos lados. Pues de ninguna manera. Sólo comparto con ustedes la opinión del deslenguado de Arturo Pérez-Reverte, en su artículo “Padres de la Patria”, refiriéndose a los políticos españoles, únicamente tropicalizando las palabras que coloco en negritas y suprimiendo alguna que otra españolada de más. Y uno piensa después de leerlo: gracias a Dios que nosotros nos liberamos de España. ¿Se imaginan lo que sería de nuestra honorable política nacional si en ella se hablara con acento español?
@luisvleon