Es la pregunta que todo el mundo nos hace: “¿Cuándo se acaba esto?” Y la única respuesta válida, seria y técnica es: “Ni la más remota idea”.
No hay forma de proyectar tiempos en las ciencias inexactas, pero a sabiendas de que el 94% de la población dice que el país está muy mal y que 75% votaría en contra del presidente en un Referendo Revocatorio, sumado a que la economía sigue deteriorándose exponencialmente y que ya hay una situación de convulsión social desarticulada pero permanente, me puedo permitir una macro proyección tendencial: el cambio en Venezuela empezó y difícilmente va a parar.
Pero de ahí a proyectar que esto va a ocurrir de inmediato, hay un salto mortal con triple tirabuzón. No estoy diciendo que no puede pasar: estoy diciendo que no lo podemos proyectar, como tampoco pueden aquellos que lo hacen sin que les tiemble el pulso. Aunque este comentario alborote a los linealpensantes y eso se transforme en insultos digitales.
No voy a desarrollar el escenario en el cual el Presidente podría salir del poder rápidamente. De eso hay ríos de artículos y opiniones, algunos de ellos con argumentos impecables, racionales y posibles. Sólo quiero poner el tema en balance objetivo y que para eso analicemos entonces lo que menos le gusta discutir a mis amigos.
Primero, debo decir que la historia demuestra que las crisis económicas severas suelen ser desastrosas para los gobiernos en las elecciones, pero no son los disparadores clásicos de las rebeliones populares que tumban gobiernos.
Segundo, vale la pena aclarar que la tesis de que el gobierno está totalmente debilitado y la oposición fortalecida es una afirmación atrevida. Una situación en la cual el gobierno defenestra diputados adversarios, se vuela la supermayoría calificada en su contra, bloquea todas las decisiones de la Asamblea Nacional y los pone a hacer maromas inventadas para bloquear el ejercicio de un evidente derecho constitucional como el Referendo Revocatorio, mientras la oposición no puede hacer absolutamente nada más allá que jugarle el juego, no proporciona argumentos muy sólidos para demostrar la hipótesis de reversión en las fuerzas del país.
Tercero, la relación entre el gobierno y el sector militar, que participa activamente en una especie de cogobierno es, por ahora, fuerte. No hay que ser demasiado perspicaz para entender que deben pasar muchas cosas primero antes de que se revierta esa relación.
Cuarto, las organizaciones internacionales regionales, que intentan presionar cambios o negociaciones, tienen algunas limitaciones vinculadas al hecho de que los poderes ejecutivos que monopolizan la representación en ellos no pueden hacerle a otro lo que no les gustaría que les hagan a ellos.
Quinto, la oposición se divide frente a la forma de lucha contra el gobierno: algunos creen en el Referendo Revocatorio, otros preferirían socavarlo con una elección de gobernadores y otros piensan que los anteriores son una partida de gafos que no entienden que esto no será electoral.
Sexto, si finalmente la situación se hace insostenible y la crisis genera una explosión espontánea, la evidencia nos muestra que nadie suele ganar en la anarquía. Pero sí hay un sector, vestido de verde y con cachuchas, que puede agarrar el toro por los cachos. Pero les regalo, con lacito y todo, el resultado que eso podría tener para el país, por lo que ese sueño de algunos radicales podría terminar siendo peor que la enfermedad.
Nos guste o no, para que este proceso sea estable se necesita una negociación política. El trabajo inteligente es presionar para que ocurra y se logren acuerdos concretos entre las partes para provocar cambios sostenibles en el tiempo.
Si no hay acuerdos, no habrá estabilidad. Ni cambio. Ni paz.
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