Cuando miras las proyecciones del próximo año, la verdad es que hay pocas razones para ser optimista. Pinta muy mal. En materia política, los cambios lucen esquivos y llegaremos con dos derrotas relevantes de la oposición que parecen fortalecer la posición del chavismo. En las regionales, porque a pesar de ser mayoría la oposición, el resultado adverso la fracturó y debilitó severamente a sus líderes. Ahora, en las elecciones locales, las expectativas no son mejores. No se trata de la barrida evidente de alcaldías que tendrá el chavismo. Eso es normal, toda vez que la oposición formal llamó a abstenerse en este proceso. Perder alcaldías entonces no es un derrota opositora, pues técnicamente no está participando. El problema es más bien la incapacidad que tuvo de controlar sus liderazgos y evitar que participaran para boicotear un evento que considera ilegítimo y sesgado. Con candidatos opositores corriendo en la contienda y los partidos y la MUD llamando a no votar, el escenario es demoledor, pues ni habrá una abstención masiva deslegitimante, ni habrá un triunfo opositor relevante de los rebeldes, pues aquellos que no participan en municipios imperdibles serán derrotados, no por el chavismo sino por la propia abstención y división opositora. Es decir, no ganan ni unos ni otros y ambas posiciones opositoras parecen condenadas al fracaso. La negociación, que sigue siendo una tarea importante e indispensable, apenas comienza y sus resultados no lucen fáciles ni rápidos como para garantizar lo que realmente debe buscar: la reinstitucionalización del país y la oportunidad de llegar, en un futuro cercano, a una elección competitiva, universal, directa y secreta. Algo que luce muy, pero muy poco probable.
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En materia económica, es terrible que Venezuela haya llegado a la hiperinflación, una enfermedad erradicada en el mundo. Viviremos su impacto demoledor y un mayor empobrecimiento de la población y del sector empresarial. Pero hay algo en lo que podemos cifrar alguna esperanza. Esta podría ser la fase final de la cadena de deterioro de un modelo económico errado, cuyo fracaso está cantado desde el principio. La historia indica que la hiperinflación, como proceso final del primitivismo económico, no suele durar mucho tiempo sin que las presiones económicas obliguen al gobierno a provocar cambios económicos severos. Con hiperinflación en desarrollo, las acciones de control, amenaza y sustitución de lo público por lo privado son inútiles. El deterioro que causa es tan grande que se generan demandas de cambio en el pueblo, que son imposibles de ignorar por parte del gobierno.
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Una reacción oficial que intente evitar el reconocimiento de los costos de reposición en los precios de los vendedores sólo tiene dos resultados posibles: 1) el crecimiento del mercado negro, con precios extravagantes o 2) una escasez total de productos en los canales formales. Si el gobierno permite los ajustes de precios, pero no cambia el modelo, se produce la hiperinflación tipo Argentina, que terminó en un plan de ajuste inevitable. Si pretende impedir por la fuerza los ajustes de precios, tendremos escasez masiva tipo Zimbabue, pues nadie traerá ni producirá ni venderá mercancías a pérdida. En ese país, la historia terminó en una dolarización y un acuerdo con el FMI. La incertidumbre parece ser cuándo el gobierno podría tomar una decisión de ajuste y el 2018 parece probable. La economía es mucho más rebelde que el pueblo. Se niega a que la mareen con discursos populistas. Busca su cauce como sea. No se puede doblegar con decretos. Cuando la amenazan amplifica su furia. No la pueden apresar. Sus castigos son demoledores y al final… suele triunfar.
Luisvicenteleon@gmail.com|El Universal
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