Las contradicciones socialistas parten de la propia experiencia de vida que finalmente tienen los que militan obstinadamente en esas lides. Los feligreses de esta doctrina se pretenden deslindados del mundo material, abogan por la sencillez y la moderación a favor de la igualdad, hasta que, puede que por accidente, disfrutan del ascenso material y se ven obligados a ocultarse para acariciar lo que anhelan: buena ropa, viajes y artefactos que provienen de la riqueza.
Friedrich Engels, al que se le atribuye la frase: “De la burguesía, la comida y sus mujeres”, expresa de manera antropológicamente animalesca la propuesta en contravía que subyace en el socialismo. Así como es cretino y subhumano relegar nuestra existencia al disfrute material y a perseguir la satisfacción que de ello deriva, terminan siendo hipócritas y cínicas las propuestas socialistas que rompen lanzas en contra del consumo, la asignación de recursos según las capacidades y consideran cuasi vulgar el comportamiento guiado por incentivos.
La contradicción socialista es todavía más tórrida cuando quienes la padecen son personas con poca formación intelectual, estiman que el límite del conocimiento de la humanidad se equipara al de sus propias limitaciones cognitivas y, adicionalmente, se encuentran en posiciones que les permite eludir la evidencia de su desnudez intelectual.
Casi todos los líderes populistas cuadran con este perfil. Desde Trump hasta Chávez, de Getulio Vargas a Perón, pasando por pintorescos personajes como Velazco Alvarado en Perú, en todos estos casos el menosprecio por el conocimiento es proporcional a la convicción de su posesión. En otras palabras, a estos señores nada había que enseñarles, ellos ya todo lo sabían, o de lo contrario, estaban a punto de darse cuenta de la obviedad que se atrevió a enunciar algunos de sus “técnicos” cuando, en un acto desesperado de tratar de enmendar las acciones disparatadas de su jefe, se atrevió a contradecirlo.
Cuando bajamos al cuadro administrativo la contradicción socialista se hace aún más clara y vergonzosa. El discurso socializante, la demonización del materialismo, la alusión al propio sacrificio, contrastan bochornosamente cuando los vemos en remotas ciudades o en lugares donde se creían protegidos, jadeando y exultando placeres materiales que solo serían simples caprichos o gustos normales si no provinieran del empaque rígido que les impone el ascetismo hipócrita del socialismo que profesan.
Digamos que hasta aquí no hay mayores problemas si se tratara del comportamiento individual de personas contradictorias y con algún problema de sociabilidad. El asunto es que no estamos hablando de hijos de vecinos con alguna frustración o uno que otro complejo. Se trata de individuos que, en nuestro caso, han manejado un país por casi dos décadas y han permanecido en esa posición gracias al beneficio (sin contraprestación) de 1 millón de millones de dólares, sin reparar en mayor objetivo que atender sus propias contradicciones socialistas.
Al presente nos gobiernan las contradicciones a secas. Sus propias percepciones les dan información acerca del desastre sobre el que están montados, pero la aridez de ideas y la imposibilidad de desprenderse de la estética que los trago hasta aquí (amén de las contradicciones de origen), nos tienen a todos sumidos en la trampa de la inmovilidad, del reiterado ensayo de lo mismo para que ocurra lo distinto, o a la espera del verdadero y único milagro que puede tapar el abismo entre deseo y realidad: el aumento del precio del petróleo.
No ocurrirá. No importa cuántas reuniones o acuerdos hagan. El excedente de la renta está condenado por el desarrollo tecnológico, consecuencia de ese conocimiento al que nunca tendrán acceso, aunque alardeen de codearse con él. La renta, que permite pensar como pobre y vivir como rico, tenderá a reducirse o, en el mejor de los casos, a estancarse para todo el futuro previsible. Ese es nuestro destino, al menos que como pueblo decidamos romper para siempre con la contradicción socialista, abandonar la hipocresía y la doblez moral de un país que se creyó “la gran cosota”, por tres o cuatro ventajas materiales que la caprichosa naturaleza le concedió a nuestro territorio.
Superar la contradicción socialista puede que al final sea superar la propia contradicción que tenemos como país.
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