Ayer, fin del montaje de diálogo planteado por el gobierno, fue un día de caretas caídas. De su propia boca quedó en evidencia quién no quiere saber nada de diálogo, de transición o de salidas para Venezuela. El radicalismo del gobierno dejó a la luz pública qué tan lejos quisieran estar dispuestos a ir con tal de no enfrentar las consecuencias de sus acciones, basta saber si podrán lograrlo.
Por su parte, la oposición logró unirse nuevamente. Eso de unos sentados recibiendo todo el castigo de asumir compromisos con unos personajes que mientras puedan no cumplir y mentir lo seguirán haciendo, y, por otro lado, los que no se sientan en la mesa pero reclaman y exigen el cumplimiento de acuerdos en los que no participaron, por lo visto se acabó.
Ya todos del mismo lado de la mesa y sin el gobierno enfrente dividiéndolos, podrán reagrupar fuerzas y organizar una nueva estrategia. Una que incorpore la mesura que proviene de las expectativas frustradas tras el triunfo electoral del año pasado e incorpore el realismo manifiesto sobre cuál es la verdadera cara del contendor disfrazado de gobierno y de demócrata.
Resumido de esta forma el tiempo que medió entre el secuestro del revocatorio y el entreacto del diálogo, el próximo año se nos presenta como un nuevo viacrucis de crisis y recesión, que profundizará el descontento del venezolano y seguirá socavando las bases de sustentación del gobierno. Multiplicación de las protestas, conatos de saqueos, escenas de hambre y desconsuelo será parte de la crisis que aún nos falta por recorrer y que la oposición debe aprovechar para alcanzar su verdadera única meta mientras este gobierno lo siga siendo: ¡Elecciones ya!
Las encuestas indican que dos de cada tres venezolanos o no saben o creen que en Venezuela no habrá elecciones presidenciales en el ya no tan lejano 2018. No solo por el “sincericidio” de Maduro confesando lo que todos sabemos (que totalitarismo no va a elecciones sino para ganarlas), sino por la evidencia del secuestro de ese derecho elemental del pueblo de votar, el cual contó con la complicidad manifiesta de unas instituciones de Estado convertidas en dependencias del partido de gobierno.
Ante semejante evidencia la agenda de la Unidad debe ser una sola: recuperar el derecho al voto. Los otros puntos, la crisis humanitaria, los presos políticos, la superación de la pobreza y muchos más, deben seguir siendo planos de una lucha que ahora ha de ser múltiple, pero liderada y comandada por todos actores especializados. Nadie dice que la Unidad se va a desentender de los puntos distintos a la reconquista del voto, pero creo que ha llegado el momento de diversificar a los actores dentro de la Unidad por tipo de objetivo y contenido de lucha. Todos participan en la ejecución de las acciones, pero uno especializado por cada frente de batalla. Ha llegado la hora de compartir la responsabilidad de la lucha.
El protagonista de todas las peleas que hay que dar, para volver a ser dignos como personas y pueblo, debe segmentarse para que las responsabilidades y las fuerzas no se diluyan o se deleguen en un solo actor, llámese MUD, su secretario ejecutivo, o el líder que encabece las encuestas. Necesitamos constituir frentes, unidades responsables de las peleas diarias por la libertad de los presos de conciencia, la atención a las víctimas de la crisis humanitaria y la formulación de políticas públicas para alcanzar el desarrollo.
Sin descartar ninguna agenda, más bien segmentándolas y diversificando a nuestros líderes, al organismo que hoy concentra todas las miradas y se le achacan todas las culpas (la Unidad) se le debe asignar una sola y explícita tarea, que no es otra que la de recuperar la forma como en verdad podemos alcanzar las otras metas. En una palabra, recuperar el voto para poder botar del poder a quienes nos mantienen en esta tragedia llamada Venezuela.