Esta semana se cumplieron 100 años del nacimiento de Rafael Caldera. El último presidente que tuvo la nación durante el siglo XX; de los pocos que ostentan el récord de haber sido reelecto por aclamación popular. Uno de los rostros indelebles del Pacto de Punto Fijo.
La memoria de Caldera sigue atrapada en los debates políticos de los años 90. Las raíces de esa discusión encuentran sus ecos hoy en día y eso le coloca puntos ciegos a su juicio. El “pecado original” chavista tiene cerca a su figura, jugando un papel que ha sido muy polémico.
Constituyen los dos grandes haberes de Rafael Caldera como líder político, a mi manera de ver, la creación y fortalecimiento de Copei como matiz específico de la política nacional, en algún momento un partido notorio de la Democracia Cristiana en el mundo, y, sin duda ninguna, la comentada política de “pacificación”, que desactivó el conflicto guerrillero en el país a principios de los años 70.
El éxito de la pacificación, hay que decirlo, le dio brillo a una primera presidencia poblada de logros, con pocos escándalos, que pudo desarrollarse en medio de un ambiente de tranquilidad económica.
Con la “pacificación”, Caldera toma nota de los importantes primeros pasos que a ese respecto había dado su predecesor, Raúl Leoni. Aún cuando no tuvo pruritos en aplicar con severidad la represión en contra de la insurgencia, Leoni sentó las bases de las conversaciones con los comunistas en torno al proyecto de la “paz democrática”.
La profundidad, la eficacia y el contenido político de la pacificación que adelantó Caldera entre 1969 y 1972, junto a su Ministro de Relaciones Interiores, Lorenzo Fernández, se expresaron de una forma tal, que le regalaron a Venezuela, con todas sus tormentas, cuatro décadas posteriores de auténtica paz política. Todavía, de alguna manera, estamos viviendo de sus efectos. Con aquel hallazgo se sentó doctrina. La pacificación consagró la máxima del ideal democrático venezolano. No podemos afirmar que el mérito es únicamente de Caldera, pero nadie puede negar que su presencia y determinación tuvieron muchísimo que ver
Nadie podrá negar es que el regreso de la izquierda insurgente al regazo democrático, a partir de 1970, fortaleció la experiencia de la convivencia civil en el país. Le colocó al debate público nuevas reflexiones, trazos omitidos, aprendizajes que tuvieron interesantes capítulos institucionales. Fue un gran momento de la política local. Hasta el más irreductible de los fidelistas, apóstatas de la insurgencia, terminaron desfilando por el Poder Legislativo que antes denostaban. Incluyendo los años del chavismo.
Sobre todo porque, detrás de aquellos indultos, se escudaba un auténtico interés en reconocer errores, en asumir perdones y en cancelar cuentas. La pacificación es la neutralización del guevarismo como doctrina. El país la incorporó a su credo y a sus enseñanzas. La pacificación ha estado amenazada últimamente muchas veces, pero, finalmente, ni entonces, ni en 1999, ni en el pasado diciembre, se ha roto el hilo que nos ata como sociedad. Porque el 6 de Diciembre de 2015, finalmente, también triunfó la paz.
La interpretación de la memoria de Caldera en torno al proyecto de Copei sí presenta aristas más complejas y apasionadas. Como suele suceder en estos casos, en el divorcio copeyano nadie salió ganando. El partido verde todavía acusa los rigores de la ruptura con su líder fundador. Algunos acusan a Caldera de destruir su propia obra para obtener la presidencia, y con ello, a la larga, de contribuir con el agrietamiento definitivo de la democracia. Estas recriminaciones van acompañadas de los señalamientos que le enrostran haber indultado a Hugo Chávez, medida que muchos saludaron y consideraron ajustada en su momento, pero que ha sido criticada sin remilgos tiempo después.
Un análisis sobre la división de Copei que dio lugar a Convergencia tiene que hacerse incorporando una evaluación sobre la pertinencia del segundo gobierno de Rafael Caldera. Una figura con las características de Caldera llegó a ser muy invocada en el entorno discursivo de aquel entonces. Caldera llegó apoyado por una coalición de organizaciones de izquierda, el conocido “Chiripero”, fundamentado entre el acuerdo de el MAS y Convergencia. Fue recibido por una crisis financiera de extrema gravedad. El yaracuyano llegó al poder sin demasiados votos, pero acompañado de su autorictas, sobre la base de una limpia hoja de servicios. Ejerció el poder anciano, ya evidentemente, como enorme paradoja, limitado en algunos aspectos. Le regresó al país, al menos, la tranquilidad militar, y en alguna medida la tranquilidad política.
El tiempo irá serenando la mirada sobre la figura de Rafael Caldera.También sucederá con otros dirigentes de la Democracia. Detrás de las pasiones humanas y los errores, en su trayecto vital encontraremos la historia de un dirigente íntegro, ilustrado, honrado, civil. Con más altas que bajas y más méritos que máculas. Libra por libra, sin duda ninguna, uno de los políticos más completos del siglo XX venezolano.