Narrar una historia en el espacio es desafiante, sobre todo cuando el que la cuenta se vale de un ambiente apegado a la realidad, cuando el realizador no ubica a sus personajes en épocas con tecnologías más avanzadas ni civilizaciones de otras galaxias.
Las dificultades del contexto no dejan muchas opciones. Son pocas las vías de escape al reducirse todo al mínimo lugar en el que los humanos se desenvuelven. El entorno en sí mismo se transforma en un adversario. Siempre hay conflicto desde el principio, aunque se crea tener el control.
En ese ambiente transcurre Life: vida inteligente, cinta dirigida por el sueco Daniel Espinosa que se estrena hoy en el país. El elenco está integrado por Rebecca Ferguson, Ryan Reynolds, Jake Gyllenhaal, Olga Dihovichnaya, Hiroyuki Sanada y Ariyon Bakare.
Seis tripulantes de la Estación Espacial Internacional están a punto de descubrir que en el planeta Marte hay vida, como muchos han especulado y otros tantos han esperado. Pero no se encuentran en principio con un monstruo capaz de aniquilarlos a todos, sino con un microorganismo que paulatinamente responde a los impulsos del científico de la misión.
La amorfa criatura entonces empieza a reconocer su entorno e interactúa con el investigador, que logra una gran empatía con lo que considera revolucionará la ciencia al punto de posibilitar la cura de varias enfermedades.
En la Tierra es motivo de celebración. Hay revuelo en los medios ante el hallazgo y la televisión entrevista en directo a los tripulantes, quienes responden afablemente preguntas de niños curiosos. Se imaginan al monstruo de las películas de extraterrestres, a la figura de sus pesadillas, pero los astronautas les aclaran que se trata de una figura microscópica que apenas se mueve. Esta información no emociona a los pequeños, que nombran a la especie Calvin.
Espinosa sale bien librado en el primer acto. Sabe desarrollar un contexto en el que el júbilo es prioridad. Los tripulantes celebran y comparten a millones de kilómetros de distancia con quienes ven en ellos la avanzada del encuentro de dos especies, pero también a los dominantes en esa interacción. El humano en plena conquista del universo.
Pero, tal como se prevé, la situación cambia cuando Calvin empieza a crecer y a tomar conciencia no solo de sus actos, sino de su entorno. Su fuerza e inteligencia supera a la de quien hasta ese momento creía tener el control. La normalidad se trastoca en la claustrofóbica estación, donde cualquier ataque coloca a los ocupantes en desventaja.
Es inevitable no pensar en Alien cuando se ve el filme, que tiene además algunos guiños a Gravedad. Una vez aceptada las referencias, el largometraje se valora como una historia de supervivencia bien mantenida en su segundo acto, cuando parece no haber salida en la lucha con un organismo que ha estudiado a los humanos, así como la estación que les sirve de refugio. Sin embargo, decae en su final, totalmente previsible.
Llama la atención la escogencia de una tripulación variopinta en nacionalidades que se ve amenazada por el extraterrestre, sigiloso y eficaz en su cometido depredador. Provienen de Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Japón, y ninguno pareciera estar en ventaja sobre el otro, más allá de las jerarquías propias de la misión. Desde el espacio se constata la inexistencia de fronteras en tiempos de nacionalismos.
“Para mí esta película no trata tanto de lo que lo desconocido hace al ser humano, sino de lo que los seres humanos hacen contra lo desconocido”, declaró esta semana a la agencia Efe el realizador de origen chileno.
Life: vida inteligente tiene como guionistas a Rhett Reese y Paul Wernick, quienes son coautores de Deadpool (2016) y Zombieland (2009).