Cómo definir el tiempo que nos toca vivir: ¿descoyuntado, miserable, gris, preocupante? La percepción que tengamos de él tendrá un profundo impacto sobre nuestras actitudes y conductas, y por lo tanto sobre la valoración de lo propio, de lo próximo y de lo ajeno.
Toda realidad se construye en consideración a esa conciencia, en todo caso vivencia, que pudiera ser falsa o equivocada o impuesta pero que nos invade y con la cual invadimos a su vez a los que nos rodean. Ello es válido desde la noción del mundo que tengamos, del país en que vivimos, de la opinión de quienes nos rodean más de cerca y por supuesto del ser íntimo que somos, que creemos o que queremos ser.
Pero lo cierto es que puedo suponer que para una inmensa mayoría son tiempos estos confusos en los que la experiencia acumulada no termina de ser útil para comprenderlo pues se construyó de pasado, de memoria, mediante ensayo y error, de «como decía mi abuela», y pareciera ya no aplica a situaciones como las que el mundo nos está haciendo vivir.
Estamos secuestrados de y por la incertidumbre. El presente, cual Heliogábalo fanático, se despacha en un tris pasado y futuro al mismo tiempo. Carpe diem vale hoy más que nunca en su sentido más metafórico, es decir irónico. Presente que se agota en si mismo.
La Primera Guerra Mundial la segunda, la caída del Muro de Berlín en paralelo a la desintegración de la Unión Soviética, el ataque terrorista a las Torres Gemelas, especie de Pearl Harbor en tiempos de globalización, constituyen críticos momentos de la historia en los últimos 100 años.
El presente y su deslave no pueden ser entendidos sin tomar en consideración estos eventos y la marea de sucesos y procesos socioeconómicos, políticos por supuesto, científicos, tecnológicos y culturales que ellos provocaron. Centenaria curva irregular y aparatosa de cambios incontrolables unos, novedoso y sorpresivos otros, auspiciosos también y tantos, y tortuosos los demás y más rotundos contra la condición humana.
Ahora aparece otro inesperado visitante, el nuevo coronavirus, que con prepotencia de posible pandemia tiene desequilibrado el frágil transcurrir de la seguridad sobre la que antes paseábamos silbando distraídos y tan campantes.
No hay imperio gigante que valga para virus tan microscópico. Nunca más cierta aquella afirmación según la cual el poder tiene los pies de barro y lo político y lo económico y lo más inmune de nuestras tan crecidas veleidades humanas ni se diga.
En Venezuela el tiempo transcurrido se ha encargado de descubrir, otra vez, el virus que nos agobia y que nace cuando se juntan la pobreza y la incultura de la sumisión consentida con una desmedida y tantas veces ególatra y perversa ambición de poder.
En esa relación permanente, que ni dictadura alguna ni los 40 años de democracia pudieron superar, se fue incubando la larva, hoy en plena epidemia, que se muestra sin rubor por todos los rincones del planeta sin antifaz ni mascarilla tapa boca desechable posible que la esconda.
Tiempo, virus y poder, tres desafíos en tiempo de vorágine.
Leandro Area Pereira
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