Las negociaciones políticas son aquellos procesos sociales en los que se ventilan formalmente o no conflictos entre voluntades encontradas con la intención de tantear, vislumbrar o llegar a acuerdos. Al menos así parece cuando no está a simple vista lo obvio y es que alguno de los litigantes lo que persigue es perpetuar el statu quo, ganar tiempo u otro bien.
Esta presuntuosa afirmación anterior, como lo son casi todas, pudiera estar copiada de cualquier diccionario y sirve para evitar o evadir aquellos detalles cuya extrema precisión haría insostenible la presunción de que las cosas del mundo que nos acompañan pueden ser precisadas a través de símbolos, en nuestro caso de palabras.
Por principio cualquier definición es una simplificación borrosa de lo deseado y así entonces lo bello como tal, lo justo o lo nítido por ejemplo, el mal, tienen tantas connotaciones posibles que resulta improbable encasillarlos en una sola fórmula, tarea, entre otras barbaridades, asignada a las muy reales academias de la lengua, que qué sería de nosotros sin ellas.
Así ocurre con el término «negociación, ni se diga sobre “política”, sobre los cuales, juntos o por separado, se han escrito y escriben infinidad de tratados y ensayos, se dictan cursos on line y los disque especialistas pululan y exhiben cual estrellas de cine y no cobran en Petros precisamente.
Se negocia políticamente, dentro o fuera del territorio nacional, sobre todo entre Estados, en Asambleas Nacionales o Congresos de la República, entre o dentro de los partidos políticos, entre fuerzas políticas; con o sin la intervención de terceros y hasta de cuartos; sin testigos también. Existen negociaciones cuyos resultados se establecen por escrito o son privados o secretos, mientras que los hay que se hacen en público y otros que requieren del visto bueno de árbitros para ser ratificados como leyes para finalmente entrar en vigor, en fin de la República.
Por supuesto que hay negociadores, algunos dicen ser profesionales y de hecho lo son por su experiencia, conocimiento o designación formal, aunque ello no asegure nada. Y puede que sean diplomáticos u hombres de negocios nombrados a tal fin o pertenecientes a una firma de abogados especializada en el tema. Casos se han dado en los que hasta una figura inesperada con características singulares, un outsider, logra desenredar un entuerto ya bíblico.
Y existen a su vez o además organismos internacionales, que para ello fueron creados, cuyo caldo diario de trabajo es la negociación, que gozan de una variable respetabilidad y que han ido perdiendo orgullo en el oficio de la ética y la neutralidad militante, pues viven penetradas por el Poder que las domina, corroe y envilece. Son el poder del Poder.
Existen además contextos de negociación de debilidad o de fuerza, nunca permanentes; concurre la sorpresa, la carta debajo de la manga, la suerte, la constancia, el imprevisto, los volátiles aliados, el error ortográfico, la sensatez, la locura, la tozudez, el desánimo, la cultura, el vicio, la paciencia, la torpeza, el tiempo, la geografía, la corrupción, el espacio, la fuerza de las armas. Qué no cabrá en esa caja de pandora.
Son todos ingredientes probables en un proceso delicado de acercamientos, distancias, silencios y juegos de sombras, de ofertas y demandas, que persiguen fines que no son siempre y necesariamente, y eso se sabe, los que se expresan en papeles o conversaciones y tampoco los que aparecen en los titulares de prensa o en la tinta escrita sobre el papel del acuerdo firmado que al final en verdad es un recurso escriturado y nunca definitivo tratándose menos aún de la elusiva y cambiante realidad política.
Detrás de toda negociación política o no se expone o se trasiega la condición humana. Hay perdedores y ganadores o eso parece, y esa suerte dramática le da tinte teatral a toda negociación. El que respira negocia con la muerte.
He conocido negociadores políticos calmados, seguros unos, inseguros, adiestrados o novatos los otros; los he visto fanáticos, creativos, descreídos taimados, fríos, fogosos, estúpidos, respetados, huecos, estudiosos, etéreos. Los he visto pararse de la mesa o aguantar la tormenta (la propia, la ajena)
Toda la fauna humana, no hablemos de los equipos técnicos, cabe en estos laberintos que tienen en la opinión pública a una de sus vigilantes invasivas, a intervalos torpe ora pasiva, la más de las veces frenética, envenenada, etéreo o pueril, recia o comprada, manipulada, libre o sumisa.
Las negociaciones políticas son ejemplos magníficos, caminos trascendentes, que quedan en la historia de la humanidad como momentos aún más importantes y significativos que las guerras, cómo no, donde escudriñar en la condición humana imperfecta, insegura y prodigiosa.
Todo lo que se quiera y pueda en beneficio prospero de las naciones deberá hacerse a través de la palabra, del diálogo y de la negociación. No conozco experiencia de guerra o de violencia que haya provocado la paz sin el largo letargo de venganza acechante que la muerte provoca y que siempre a la larga reaparece. La negociación política es una puerta posible cuando ya ni siquiera la casa existe. La responsabilidad es intransferible y toda nuestra.