Uno de los abismos más profundos que ha dejado el socialismo del siglo XXI en el planeta de los venezolanos es el de la pérdida del sentido de pertenencia y por ende de identidad orientadora en su gente.
Las raíces que fraguan los pueblos con y en su historia son los pilares con lo que se soportan las sociedades frente a los avatares del tiempo y permiten enfrentar, distraer o evitar, las fuerzas que surgen contra la estabilidad y funcionamiento de una nación.
En el caso venezolano, a pesar del esfuerzo institucional y cultural realizado en el pasado, pero posiblemente en razón de nuestro volandero peregrinar, juegue más en contra que a favor, y su narración y asimilación ha sido más un ancla para el atascamiento y hundimiento que para el asentamiento y la seguridad.
Ahora bien, ningún proyecto nacional coherente y productivo de ciudadanía y progreso, puede ser pensado sin una idea de continuidad histórica hilvanada desde el pasado que se convierte en presente y nos refiere a un futuro posible.
En una especie de tortuosa vaguedad hemos ido construyendo la idea de Venezuela. Imprecisión ésta de país manejada además por hacedores y administradores de nuestra mitología. Nostalgias y utopía, glorias y derrotas, utilizadas o inutilizadas, trastocadas, invadidas y manipuladas en razón del poder, desde el poder y para el poder.
De allí que vivamos en una natural y eterna obsesión melancólica por rescatar nuestra memoria y explicarnos invariablemente a nosotros mismos.
Pero si la historia nacional se ha ido desdibujando en el aula, el libro, en el maestro, en ese territorio más allá que llamamos de la cultura nacional, conciencia colectiva, cómo no va a ser posible cualquier devastación de país que sin raíces se deja secuestrar por cualquier charlatán advenedizo disfrazado de prócer, de supuesta gloria, de quizás.
Las experiencias históricas podrían indicar que personal y colectivamente todo duelo ocasionado por una pérdida de país, invasión, destrucción o desastre natural o no, viene acompañado de un mecanismo de defensa de ese «yo» que es la memoria, el rescate de los recuerdos, la narración de vivencias familiares o grupales o más allá, que den salida, escape, al inestable y ponzoñoso presente.
Pienso que en Venezuela en estos tiempos estamos acompañando este velorio de país con una gran dosis de necesaria nostalgia, ¿excesiva, paralizante?
La desilusión del presente obliga a recurrir a nuestro pasado colectivo, familiar y personal. Las redes y reuniones sociales están llenas de estos ejemplos: nuestras fotos, nuestras vivencias, nuestra geografía, lo que fuimos y no queremos dejar de ser, que no puede desaparecer, a pesar de los esfuerzos de los que mandan que vienen haciendo día día con lo que nos queda tratando de poner a funcionar una especie de Alzheimer colectivo y borrar así memoria y símbolos. Ellos y nada más.
Esa nostalgia como utopía puede sernos de gran utilidad, arma de batalla, comparación de realidades, para no bajar los brazos, la guardia y la esperanza.
No aspiro a la nostalgia del caracol aunque sí deseo la utopía del que añora constructivo.
Leandro Area Pereira