Según se ventila en el cotarro, su muerte, digamos prematura, ocurrió en misteriosas y plurales fechas, supuestamente en Cuba, bajo los auspicios y cuidados intensivos, milimétricos y de exclusiva administración de los hermanos Castro, en circunstancias médicas además de tortuosas y enmarañadas, aún anómalas, anónimas y apócrifas.
Esos son los hechos susurrados, verídicos no me atrevería a testificar, menos aún en manos de aquellos y de estos. En fin, engorrosos eventos expuestos en inmejorables y oficiales párrafos increíbles.
Todo eso sí fabricado al detalle, no quepa la menor duda, para que su urdimbre se tejiera y cuadrara perfecta con la ascensión ilegítima de Nicolás Maduro, ciudadano con partida de nacimiento dudosa, ungido en todo caso, aunque no exento de ambiciosos rivales, a la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela, como sublime y apoyado sucesor del ahora Comandante Eterno, en los manejos del poder que da un barril de petróleo al reverencial precio aquél de 100 dólares. ¿Y qué importa que no naciera aquí, en las tierras gloriosas del Libertador Simón Bolívar, si en todo caso ha sido él El Elegido y desde Allá? Tanto qué repartir y usted mirando en los rincones. No parecen cosas suyas, camarada-compadre.
Lo cierto, sí, es que la desaparición física de Chávez deja secuelas profundas para Venezuela, la región y más allá, y ofrece material de escabrosa película para inferir lo que será y ya es la previsible novela e impacto en la vida cotidiana de pueblos que construyen realidad e historia, a falta de otros propósitos y motivaciones, a partir de esos héroes de utilería que a veces irrumpen, muy de seguido por estas geografías habitadas, sobre todo en momentos de penuria y desilusión tan comunes a pesar o en razón del prodigioso exceso de la naturaleza que otorga, así no más, riquezas sin esfuerzo, benigno clima y bonhomía de gentes, falta de educación e instituciones, subtítulos y goces que tanto nos adornan.
Ahora bien, una muerte digamos que a destiempo, precoz ella, inesperada al menos, cuando un proyecto de vida se va desarrollando y deja trunca la ambición de poder que se desea destino, abona a que la gente escarbe necias preguntas en tardes de desgano, por ejemplo: ¿Y qué si aún siguiera vivo? ¡Conclusiones, buen hombre, conclusiones¡ Sigámosle la corriente a la tertulia.
Las primeras respuestas que enhebro y se me vienen dispersas a la tinta son las que aquí expongo. Primero: murió, tristemente, antes de tiempo y ello le sirvió, sortario él una vez más, para evitarle el drama de reconocer frente a sí mismo y en vida, al menos en lo íntimo y si acaso, nunca en público, su derrota militar y política. ¿Lo haría?
¿Si su vida hubiese sido más larga, cabría la posibilidad de que admitiese frente a sí mismo su ruina o descalabro como líder de su proyecto galáctico, concebido por él, el Socialismo del Siglo XXI, que aún respira aunque boqueando y que ya cojea por doquier que echó raíces y repartió, su verbo predilecto, a manos llenas y esplendidas, a cambio de tanta complacencia?
Usted conoce la respuesta de antemano. No sigamos siendo tan sublimes y propiciatorias perdices. Definitivamente, no. Fue el suyo un regalado anzuelo bien cebado, garfio, pesca de arrastre, que llenó la insuficiente canoa de sus fauces con peces boquiabiertos y ahítos. Él mismo se sorprendió de su benigna estrella. Así, tan fácil, cómo echar para atrás.
Segundo: por otra parte, si te pones a ver, la muerte de Chávez retrasó su derrota y la de otros. Muriendo él, paradójicamente, le otorgó un respiro al desencanto que deja el abandono. Ganó, ganaron tiempo. El luto distrae y abstrae con su hechizo y a veces, como las moscas, es interminable. Por ahora, todavía, aún, quizás.
Tercero: sus hijos políticos y seguidores más cercanos corrompieron su legado, si alguna vez lo hubo, dándole rienda suelta a lo que codiciaban desde antes pero no se atrevían con todas las de la ley, por ahora otra vez, estando aquel en vida.
Todo lo que pudo haber de razonable o ingenuo en el sentimiento originario del líder máximo, además de revanchas, carencias personales y egocentrismos, relacionado con su justicialismo social, devino, tanto durante su mandato como sobre todo después de su fallecimiento en apretados sinónimos, a saber: mentira, vileza, dictadura y corrupción.
Cuarto: internamente a pesar de estar muerto pareciera estar vivo. Está sin ser. Lo usan como a un muñeco inflable. De escudo contra ellos mismos y sus grietas que no se perciben sino a la luz de los contrastes que se asoman a través de las sombras. ! Ay de ellos cuando exploten!
Se lo inventan y asolean de espadachín contra los molinos de viento reales o tramposos, casi siempre estos últimos, para nada quijotescos en todo caso, que total qué más da. De falaz instrumento para huir de la realidad de su colectivo barranco a punta de pistola, de miedo y piñatería regalona y harto más aplaudida por cencerros y guaruras de fondo.
De hecho es él, por ejemplo y aparte, el que les hace la campaña electoral a los candidatos de su partido. No consiguen qué hacer a estas alturas.
Se le oye, se le ve por doquier ya que Maduro es incompetente también para ello y más ahora con la familia involucrada en asuntos de tráfico de drogas hacia el imperio.
Saben que el fin está cercano y le dan vida artificial al difunto. Lo exhiben sin respeto, desesperadamente. ¿Pero es que si el Jesús de Nazaret resucitó, entonces por qué no el de aquí, el de Barinas? Milagros, milagros, necesitan milagros pues la derrota, aunque les queden el C.N.E. y otras verduras, parece ya cantada.
Quinto: Sigue y seguirá siendo un referente popular, una figura coloreada que el tiempo ayudará a desteñir, hacer borrosa y por eso duradera. Habrá que agregarlo a la retahíla de bienaventurados y subir al altar casero de nuestro karma colectivo junto a las ánimas del purgatorio, María Lionza, Negro Primero, inclusive el petróleo y demás hierbas aromáticas.
Sexto: con este parque fantasmal de fondo numismático, ya derrotados, pudieran pensar hasta en hacerse guerrilleros. Tienen ya tanto atesorado para ese negociado, aunque pensándolo bien, la frustración es ciega pero no tonta, y en un país caliente y con mentalidad minero-petrolera es posible que los más cuerdos y avispados de entre ellos recapaciten y, aunque a regañadientes frente a la pantalla, sigan en la contienda política y se amolden, dirán, a las circunstancias. ¡Tomemos a Colombia como ejemplo, camaradas! ¡Dialoguemos la paz!
Séptimo: Internacionalmente la imagen de Chávez se ha convertido en una exótica opción de consumo masivo y propaganda, compitiendo en mercado con la marihuana, el Ché o con Elvis o James Dean o Madonna o todos juntos a la vez, en el batiburrillo lamentable que somos estos días.
Último: Sí, a estas alturas de la conversa que hemos tenido que ha sido todo lo que usted quiera de risible o perversa, de seria o de confusa, de discutible o de real, lo más importante y lo más grave de entre todas las cosas aquí repasadas, es que su proyecto político personal deja una ruina que no se resuelve con petróleo y menos en un día.
Él irrespetó los derechos humanos, propició la corrupción como instrumento para capitalizar lealtades, militarizó lo que antes era Democracia, destruyó las instituciones, la economía, polarizo la sociedad, él alentó la violencia, él aupó la complicidad y el silencio entre su secta frente a sus tropelías, él maltrató tanto a tantos a mansalva que no cabe el perdón y menos el olvido; cambió la manera de mirarnos los unos a los otros y tanto así que casi ya ni eso. El inventó una alucinación hoy marchita en el seno de tantos que ahora son más pobres y están más desamparados y desesperados que antes y no solo de lo básico sino también de lo sublime.
Para colmo de males, no contento con irse, allí nos tiró ese fardo que nos deja tan lejos del presente y tan aislados de lo promisorio. Constituye todo ello, supongo, razón válida para que nos unamos los que militamos, con el perdón de las palabras, en la esperanza y no en el rencor o el odio que serían, si te pones a ver,
justificación para caer en la tentación de imitar lo que decimos aborrecer. Sería una trampa más de su torvo legado. Sería darles la razón, otra vez. Sería parecernos a él y a lo que representa.
Pero aunque en lo personal no quiera ser ni títere de mi tiempo ni de mis circunstancias confieso, ya que andamos por estas sacristías que inducen a confesiones y limosnas del alma, que el diálogo me cuesta, Padre, lo confieso.
Es parte de su herencia, hijo. Un símbolo herrado en nuestro ángulo más noble. Una distancia insoportable. En todo caso una culpa histórica e interminable que su memoria y la de los de él, no podrán justificar. Cargaremos con eso y hay que aprender a manejarlo. Con esa trastada a cuestas tendremos que inventar algún recurso para poder dormir en paz. Esa necesidad de adiós que nos domina. Un eco inaguantable de ganas de hasta más nunca, comandante. Un mundo por fundar, otra vez, si te pones a ver el lado repetido de la historia.
Leandro Area Pereira
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Leandro Area
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