El ambiente era pesado en la casa de los Méndez. El llanto de un niño rompía con el silencio sepulcral. En la madrugada seis delincuentes irrumpieron en la residencia de la familia y mataron de un balazo en la cabeza a la pequeña Jesbeliz Leandra Méndez, de 12 años. El luto era colectivo en la calle San Juan del sector Las Amalias, en el municipio Jesús Enrique Lossada.
El homicida, aún no identificado, y sus cómplices se apostaron desde la madrugada frente al hogar. Conocían la rutina de la familia. “Todas la mañanas a la 5.00, la mamá y el papá de la niña salían a Mercasur para comprar víveres para su tienda”, contó Yubelis Mármol, tía de la infante.
Los delincuentes llegaron a bordo de cuatro motos y se estacionaron diagonal a la vivienda. Allí esperaron para entrar, dijo una vecina.
El movimiento en la residencia de los Méndez comenzó un poco más tarde de lo acostumbrado. Habían pasado 15 minutos cuando Lendry, cuñado de la víctima, se levantó para ir a trabajar. La escasez de agua obliga a los habitantes de la zona a almacenar el líquido y la vivienda de la pequeña víctima no era diferente. El pariente salió a buscar un par de baldes de agua para bañarse y al regresar dejó el portón abierto.
Tres de los atracadores aprovecharon el descuido y entraron, mientras que sus tres compinches se quedaron afuera. Al ingresar, los sacaron a todos de la habitación y los sometieron en la sala. Jesbeliz estaba atribulada. Su respiración era acelerada, lloraba y se refugió entre sus padres para calmarse, declaró su madre a la Policía.
Los maleantes buscaron primero los teléfonos, luego unos objetos de valor. Intentaron encender el Montecarlo del cuñado de Jesbeliz y no lo lograron. Pero aún no tenían el dinero. Esto originó que uno de ellos se alzara y empezara las ofensas.
Jean Carlos Méndez, papá de la menor, explicó a los oficiales que uno de ellos les gritaba: “¿Dónde están los cobres, maldito gordo? Te vigilamos por cuatro días y sabemos que tenéis cobres”. En ese momento disparó su revólver.
La bala alcanzó en la frente a la pequeña. La caída de ella al piso marcó el fin de media hora de sometimiento ante los agentes del hampa. El asesino y sus cómplices huyeron. Al mismo tiempo, el atribulado progenitor llevó, a bordo en el carro de su yerno, a la niña al Hospital José María Vargas. Para cuando atravesaron la puerta de la emergencia con la pequeña en brazos, esta había muerto.
Atrás quedaron las sonrisas, las poses coquetas para el selfie y los juegos. Esa era la razón del llanto del primo, amigo y compañero de la escuela más adorado de Jesbeliz. Un niño de 10 años que buscaba explicación a lo que había pasado. La niña estudiaba en una escuela en el municipio San Francisco donde reside su tía.