Lo que en la mano de la madre o de la abuela lucía de manera encantadora, queda completamente fuera de lugar en los propios dedos. A menudo no se quiere lucir las joyas de antaño porque simplemente no se llevan.
Por suerte, pueden trabajarse, aunque esto requiera mucho esfuerzo, comenta la orfebre vienesa Ingrid Koblmüller. “Quizás se puede llegar a hacer de un broche antiguo un pequeño colgante y de un pendiente un cierre con mucho estilo para una cadena”, adornos en los que prácticamente ya no se reconoce la pieza original.
“Si la joya se compone de muchas piedras preciosas de valor, éstas se pueden quitar y utilizar para diseños más modernos”, comenta Hans-Jürgen Wiegleb, presidente de la Asociación Central Alemana de Plateros, Orfebres y Joyeros de Wolfsburgo, quien al mismo tiempo advierte de que esto no siempre es fácil.
Precisamente las piedras antiguas como por ejemplo los diamantes tallados no quedan bien en una versión moderna. “Sobre todo las piezas tipo art decó”, comenta Wiegleb. En aquella época se utilizaron muchos diamantes engarzados en plata, algo que ya no se lleva hoy en día, añade Koblmüller. En oro blanco y en platino no lucen de la misma forma.
Antes de desmontar una joya antigua es preferible dejarse aconsejar por un joyero. Wiegleb incluso insiste en consultar a dos expertos y hacer calcular el valor material de la joya.
Jutta Rother, orfebre, elabora esbozos en su taller de Baviera orientados según los gustos de los clientes y la factibilidad. Otros diseñadores modelan las ideas de manera tridimensional en computadoras, lo que simplifica imaginarse el resultado final de la obra.
“Naturalmente, todo depende de lo que el cliente quiera conservar de la joya original”, dice Rother. Wieglieb señala que en la transformación siempre se pierde algo. Y que una joya como recuerdo de una herencia familiar no deja de ser un patrimonio cultural que refleja el espíritu de la época. “Son pequeños tesoros que quizás no corresponden al gusto actual pero que, sin embargo, contienen un gran valor”.
Por eso, también aconseja esperar “entre veinte y treinta años, porque lo que se ha cambiado una vez, se ha cambiado para siempre, y lo que se ha destruido, ha desaparecido para siempre”.
A pesar de que es el cliente quien en definitiva tiene la última palabra, Rother insiste en que el orfebre debería hacer una valoración sobre si vale la pena desarmar la joya en trozos y si la reforma tiene sentido.
Lo que se lleva más y lo que es menos problemático es trabajar las alianzas, sea la propia -para revalorizarla- o la de un pariente. “A menudo son sólidos anillos de oro a los que se les puede añadir una perla o una piedra”, agrega Koblmüller. En estos casos se conserva el grabado original y con él el valor sentimental del anillo.
Para los inseguros, Jutta Rother aconseja limpiar la joya o hacerla pulir por un profesional y volver a mirarla con nuevos ojos. “Quizás así uno llegue a encariñarse con ella y prefiera conservarla”, añade. Por el contrario, otros expertos no son muy partidarios de que las piezas antiguas brillen: “Un poco de pátina queda bien”, dice Wiegleb.