«La mayoría de las tiendas de los alrededores estaban cerradas la semana pasada y nosotros cerramos dos semanas, pero volvimos a abrir el domingo y ahora la actividad vuelve a ser normal», explica Seifeldien Mohammad Hatem, de 23 años, vendedor en un negocio de telefonía móvil del barrio cairota de Zamalek.
Junto a este moderno comercio, situado en una zona de la capital donde se concentran gran número de embajadas, Ahmad Miki, de 40 años, vende prensa y chucherías en un estrechísmo y vetusto puesto.
«Cerramos el sábado y el domingo debido a las protestas pero ahora el negocio vuelve a funcionar como siempre, la gente quiere estar informada, comprar periódicos», afirma.
Un movimiento de contestación sin precedentes contra el régimen del presidente egipcio Hosni Mubarak comenzó el 25 de enero con una gran manifestación y no ha cesado de crecer desde entonces.
Durante los primeros días la policía desapareció de las calles, dejando vía libre a los saqueadores. Numerosos delincuentes se fugaron además de varias cárceles del país, incrementado el sentimiento de inseguridad.
El jueves 3 de febrero la emblemática plaza Tahrir se vio ensangrentada por enfrentamientos entre manifestantes pro y anti Mubarak, que se saldaron con 11 muertos.
«Seguimos los acontecimientos muy de cerca en Al Jazeera y en la prensa internacional ahora que volvemos a tener internet», explica Ellen Furulund, una expatriada de 38 años cuyo esposo trabaja en la embajada de Suecia.
«La semana pasada era difícil conseguir alimentos y las escuelas cerraron hace días», explican Ellen, que pasea acompañada de un muchachito de 6 años y una niña de 8.
Los colegios, cerrados desde el inicio de la sublevación, no abrirán antes del 20 de febrero, según informó el ministerio egipcio de Educación. Otros sectores como el transporte, los servicios médicos, la limpieza de las calles, están paralizados por un creciente movimiento de huelga que amenaza en convertirse en un paro general.
«Es incómodo pero no nos sentimos inseguros», a pesar de que «el jueves o el viernes de la semana pasada, al anochecer, oímos disparos en la calle en dos o tres ocasiones», afirma Furulund.
El barrio de Zamalek se encuentra a unos 3 km de la plaza Tahrir, epicentro de las protestas.
El sector que más sufre las repercusiones económicas es el turístico. Los touroperadores extranjeros anularon la mayor parte de viajes por temor a la inestabilidad y las principales atracciones, como las pirámides y el célebre museo de El Cairo, fueron cerradas por las autoridades hasta nueva orden.
«Lo que está ocurriendo no es bueno, tal vez en el futuro sea positivo, para lograr la libertad, pero por el momento nos perjudica porque no vienen los turistas y perdemos mucho dinero», lamenta Ahmed, recepcionista del céntrico Hotel Safir, donde un gran número de habitaciones están vacías y la gran mayoría de clientes son periodistas extranjeros.
La onmipresencia de tanques y militares armados en las calles impregna el aire de un sentimiento de emergencia. Para el viernes, día feriado en el que toda la actividad se paraliza, está convocada una nueva manifestación masiva, cuyo desenlace podría volver a atajar esta incipiente reactivación. El canciller Ahmed Abul Gheit advirtió el miércoles que el ejército podría intervenir si se produce una situación de caos.