Una de las nuevas alternativas ecológicas que mayor impacto ha tenido han sido las lámparas fluorescentes, mejor conocidas como bombillos ahorradores, tanto así que en varios países se han desarrollado estrictas legislaciones para prohibir el uso de sus predecesores, los bombillos incandescentes.
Sin embargo, recientes estudios han arrojado que estos nuevos bombillos tienen su lado oscuro y no son tan benéficos como inicialmente aparentaban. Por eso, te vamos a contar la verdad de los bombillos ahorradores de energía.
Beneficios de los bombillos ahorradores
El primer y más importante factor a su favor es la vida útil que representa pues mientras un bombillo convencional podía iluminar máximo unas 2 mil horas, la lámpara incandescente iba mucho más allá con sus 8 mil horas.
Este beneficio también se refleja en los recibos de energía eléctrica pues estos bombillos consumen tan solo la quinta parte de la potencia de las antiguas bombillas, representando un ahorro de hasta el 80 por ciento en el consumo.
Y si bien el costo de los bombillos ahorradores es superior a los convencionales, si se ponen en una balanza los 2 a largo plazo, nuevamente el lámpara incandescente obtiene una ventaja; además de su resistencia, pues estos soportaban caídas, mientras que sus antecesores con un simple golpe se rompían o quedaban inservibles.
Los peligros desconocidos de los bombillos ahorradores
El silencioso riesgo de estos bombillos, y que es desconocido por la mayoría, es la amenaza que representan para la salud, si son mal manipulados.
En efecto, uno de los materiales con los que se fabrican es el mercurio, un peligroso veneno y aunque estos bombillos no son tan frágiles como los incandescentes, esto no significa que sean irrompibles.
Los defensores rebaten este punto afirmando que serían necesarios más de 80 bombillos rotos para llegar al punto donde el envenenamiento por mercurio sería grave para la vida, pero no hay que olvidar que cualquier cantidad por mínima que sea, una vez ingrese al organismo se quedará permanentemente.
El problema se vuelve preocupante cuando los bombillos se convierten en basura y llega el momento de tratarlos como material de desecho común, pues estaríamos hablando de miles, o incluso millones de bombillas que si no se manejan de forma adecuada podrían convertirse en un foco de contaminación de fuentes de agua y el medio ambiente.
Y todavía hay muchos países que no han desarrollado políticas claras en cuanto al manejo de este tipo de desechos para que dejen de ser amenazas latentes, por lo que el consumo masivo de estos artefactos, lejos de ser una ayuda para el planeta, puede ser un nuevo y silencioso peligro.
Otro aspecto que se ha notado recientemente es que la luz que emiten, puede no ser benéfica para espacios destinados al descanso, si bien se están produciendo bombillas cuya luz tiene tonalidades más propicias para dichos lugares.
Por lo pronto, lo ideal es manipular estos bombillos con cuidado, una vez hayan expirado y estar pendiente a las campañas que eventualmente hacen organismos del Estado para recogerlos y de esta manera darles un manejo adecuado.