Esta es la experiencia de Gabriel Chávez, periodista, quien harto de vivir el racionamiento eléctrico, decidió compartir con los lectores de El Estímulo, cómo es un día típico de una familia típica, en la capital del estado Zulia.
Cuando se va la luz todo es un corre-corre. A pesar de que supuestamente eran cortes programados, realmente la dieta eléctrica es una ruleta rusa, sobre todo en Maracaibo donde la temperatura promedia 40 a 45 grados centígrados. Más que la Tierra del Sol Amada, somos la tierra donde vive el Sol.
“¿Llamaste a tu mamá pa’ ver a qué hora se le va la luz?”, es la primera pregunta que le hago a mi esposa, mientras planeamos dónde pedir asilo para huir de las cuatro tortuosas horas sin luz. Al mismo tiempo, todo se está cargando: laptop, tablet, teléfonos, DS de los chamos y los milagrosos “power banks”.
El tema de la luz nos viene golpeando de frente desde 2010, cuando mi hija mayor solo tenía meses de nacida. Recuerdo que empezó con una hora y media, luego una hora y finalmente una pesadilla de 240 minutos.
Tras fracasar en la búsqueda de un búnker con luz, no toca otra que quedarnos a pasar aceite. Cuando se va el fuido eléctrico, a mi hijo menor le entra una euforia única, siente una total libertad, es algo que no entendemos. Corre, salta, juega, y ahí voy yo, detrás de él con una lámpara para evitar que se dé un golpe. “Muchacho quedáte tranquilo”, le digo. La alegría le dura una hora, porque cuando busca el control del televisor y dice “Papi, Mickey Mouse”, empieza el verdadero sufrimiento.
Mientras trato de explicarle a mi chamo que no puede ver televisión, mi esposa está acostada conversando con nuestra hija. Le echa fresco, con un abanico de madera. El movimiento no puede ser constante porque obviamente se le cansa el brazo; es como levantar una pequeña mancuerna por 4 horas seguidas, echen números ustedes.
Intentamos bañarnos. Es día de agua. Pero oh sorpresa: la luz se va y se lleva el líquido por ahí derecho. Coño, ¿y ahora? Toca apostar al balde mollejúo del baño y ligar que cuando llegue la electricidad regrese el vital líquido, además porque la lavadora quedó full. Mientras esperamos vamos a comer, no obstante el gas tiene menos fuerza que un sueldo mínimo. Esto no puede ser. Maldigo. Si viene Freddy Krueger, sale corriendo. Esta pesadilla es peor que la de Elm Street.
¿Pañito de agua? Salir. Nos encontramos a los vecinos. Todos hablan de lo mismo, del desastre que vivimos en el país. “Verga mijo, esto es pa’ locos, que molleja ‘e calor, yo prefiero arriesgarme aquí y que me atraquen a morir asa’o allá adentro”, les digo. Muchos están reunidos conversando, sentados en troncos. Otros en las bancas de cemento y los más guerreros juegan dominó alumbrados por una lámpara. La situación nos desborda. Esto se lo llevó un perro en la jeta, como decimos en Maracaibo.
Activo el plan de datos. Ya no puedo más. Tengo que drenar esta arrechera con Corpoelec, Hidrolago, Cantv… con todos los que nos amargan la vida. La lista incluye a políticos, pero me tienen bloqueado. No importa -me respondo-, alguien le hará RT y les llegará. No puedo hacerlo de otra forma que con groserías, ¿cómo evitarlo si nos han llevado al límite?.
Llegó la luz, con uno que otro bajón. Internet va y viene. El agua regresó por dos horas más. Al principio teníamos día y medio de agua; después 24 horas, luego la frecuencia bajó a 12 hasta establecerse en seis. La montaña de ropa sucia baja a menos de la mitad, aunque el gas sigue débil y para colmo, el sueldo toca rallarlo pa’ que rinda.
Como leí en la pared de un baño público: “Y vendrán tiempos peores”. La verdad no nos sorprendería. Guri está más seco que nuestra cuenta bancaria y por lo visto esto pica y se extiende. Si las cuatro horas sin electricidad nos parecen eternas, planificar con seis u ocho será vivir en el mismo infierno.