Argentina, Brasil y México son hasta ahora los tres únicos países latinoamericanos que tienen centrales atómicas, y los dos primeros dan actualmente los primeros pasos para ampliar su uso, mientras que en México la construcción de nuevas nucleoeléctricas es un tema en discusión.
En cambio, Venezuela pareció darle la espalda a las nucleoeléctricas a comienzos de esta década, cuando convirtió su reactor inaugurado en 1960 en una planta de irradiación de rayos gamma, debido a la situación de descuido en que se encontraba.
Sin embargo, el presidente Hugo Chávez dejó en claro que no desistió del uso de la energía atómica: en 2008 firmó con el primer ministro ruso, Vladimir Putin, un convenio que contempla el desarrollo conjunto de un programa nuclear con fines pacíficos.
Además, Chávez declaró en reiteradas ocasiones su intención de buscar una coopearción en este campo con países aliados como Brasil e incluso Irán, cuyo programa atómico genera sospechas en la comunidad internacional.
La opción por la energía atómica, que estuvo virtualmente abandonada durante varios años, volvió a ser incluida en los últimos años en los planes de Argentina y de Brasil.
En Argentina, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ultima la construcción de una tercera central con 695 megavatios de potencia, Atucha II, que se sumará a las plantas de Embalse (648 megavatios) y de Atucha I, que genera 357 megavatios. Ambas plantas aportan actualmente cerca del cinco por ciento de la electricidad generada en el país.
También está en proceso de desarrollo el prototipo CAREM-25, un reactor para centrales de baja potencia, de en principio 25 megavatios de generación, para abastecer a poblaciones de hasta 100.000 habitantes. Con algunas modificaciones, esta potencia podría ser elevada hasta más de 300 megavatios.
También en Brasil el gobierno del presidente Luiz Inacio Lula da Silva dio muestras de su intención de reactivar el programa nuclear iniciado por el régimen militar en 1975, con la firma de un acuerdo con Alemania que contemplaba la construcción de ocho centrales atómicas.
Hasta ahora, el gigante sudamericano tiene solamente dos plantas ubicadas en el paradisíaco balneario de Angra dos Reis, a unos 300 kilómetros de Río de Janeiro. Angra 1 -comprada a la empresa estadounidense Westinghouse- y Angra 2 tienen conjuntamente una potencia de 2.007 megavatios, y en 2008 y 2009 generaron 14.000 megavatios/hora de energía, poco más del tres por ciento del mercado energético del país.
Sin embargo, Lula decidió reactivar las obras de construcción de la central de Angra 3 -la segunda del pacto germano-brasileño-, y prevé invertir unos 5.300 millones de dólares para que la central, con potencia de 1.405 megavattios, entre en operación en 2015.
Además, un plan aprobado por el gobierno en 2007 prevé construir cuatro centrales atómicas más en la región Noreste, aunque todavía no existe una definición ni sobre la ubicación, ni sobre el costo ni sobre la fecha de inicio de las obras.
En México sólo opera hasta ahora una planta nuclear con potencia de 675 megavattios, que genera 10.501 megavatios hora, y el país norteamericano todavía debate la conveniencia de ampliar o no el número de centrales nucleoeléctricas.
Los ambientalistas, liderados por la organización Greenpeace, critican duramente el “descongelamiento” de programas nucleares que estuvieron “dormidos” por tantos años.
Greenpeace Brasil, que comanda una campaña destinada a frenar el proyecto de concluir Angra 3, sostiene que el uso de la energía nuclear, además de generar “inestabilidad política”, estimular “una carrera entre países vecinos y/o rivales” y abrir camino a la fabricación de armas atómicas, conlleva el riesgo de accidentes con potencial de catástrofe.
Ninguno de los tres países latinoamericanos con plantas nucleares enfrentó hasta hoy un accidente como el de la central de Chernobyl, y hasta ahora todos han logrado almacenar los desechos atómicos en depósitos construidos en las mismas instalaciones de las nucleoeléctricas.
Sin embargo, los opositores apuntan que hasta ahora no existe una forma segura de almacenar la“basura nuclear”, y recuerdan que en Brasil, por ejemplo, el gobierno todavía no logró construir un depósito definitivo para los desechos, ya que ninguno de los estados de la federación acepta albergarlo.