Meses atrás presentó el libro A sostén quitao, su testimonio como sobreviviente de cáncer. En las páginas reúne, también, la lucha de otras mujeres y de aquellos que la han acompañado en la fundación SenosAyuda. Vestida de rosado, hoy habla con su humor de patíbulo.
Bolivia Belisario viste de rosado. Fucsia, para ser exactos. «PeptoBismol», aclara ella mientras ríe su provocación. «¿No es más preciso decir pink?», se le pregunta. «No, rosado pantaleta», contraría. «En serio, aquí le decimos así a este color de mi blusa. Es como un dresscode corporativo por nuestra causa. ¿Quieres un cafecito? Eso sí, ¡negro!».
En SenosAyuda, la fundación que preside, las cosas parecen hablarse con humor y sin más adorno que el necesario. Si algo le ha enseñado el camino de sobrevivencia es que la risa hace más ligero cualquier pesar.
«Nosotros realizamos seminarios internos y trabajamos situaciones como el silencio que elige el paciente y sobre nuestro miedo a la muerte», comenta sobre la armadura emocional que van haciéndose cada día. «A veces esto es como una película surrealista. Organizamos sesiones de grupo donde nos preguntamos: ‘¿Qué quieres que hagamos si estás a punto de morir? Es kafkiano. Lo sé, pero sabemos qué esperar una de la otra».
Las respuestas que se producen en esas sesiones, comenta Bolivia, tienen un carácter tan descarnado como la interrogante que las genera: «Una de las compañeras confesó que quería ser visitada todos los días, pero como ella es organizada debíamos hacer un cronograma para que nos turnáramos, porque no quería morir sola. Alguna dejó claro su deseo de que no la buscáramos ni la llamáramos. Y a otra la bautizamos Luz perpetua, porque ella dice que quiere ser eterna. Esa dinámica, donde nos burlamos del tema, nos ha servido muchísimo».
Hoy, luego de 17 años de haberse declarado libre de la enfermedad, ofrece el compilatorio A sostén quitao, sobre su experiencia y también la de las mujeres que la han acompañado desde 1999 cuando en aquel octubre la diagnosticaron con carcinoma en la mama izquierda. De esas mujeres se tornan inolvidables los nombres de las confundadoras Ingrid Niemtschik de Borges y de la ahora fallecida Beatriz Ottengo.
El libro, patrocinado por entidades como BFC, Banesco, Idaca, Latiquim y FruFrú, procura generar recursos propios para la fundación. Cada volumen -cuyo costo es de 5.000 bolívares- equivale a una mamografía y se traduce en vida para una venezolana.
El cáncer, muchos han dicho, entraña un componente emocional como causante. Bolivia admite que ella apuesta a esa teoría, avalada por médicos y psicólogos, aunque no haya sido su caso. «Tampoco había antecedentes en mi familia, al menos, que supiera. Yo era flaca, hacía ejercicios, me alimentaba bien; es decir, no había factores de riesgos visibles».
Sin embargo, un día recibió el diagnóstico. Era principio del mes de octubre de 1999, justamente el mes dedicado al cáncer de mama. «Un año antes me había hecho la mamografía y llamaron a Nelson para decirle que debía repetirse mi examen. Yo regresé y ratificaron que todo estaba bien, que podía ir al año siguiente. Me quedé tranquila y lo hice así, como cada octubre. Pero esa segunda vez, me iba a hacer de paso una pequeña cirugía plástica en los ojos. Con todos los exámenes preoperatorios listos, solo faltaba la mamografía y cuando me la hice, me dijeron que se veía clarito un carcinoma».
Siente que desatendió su instinto, el que, asegura, habla de muchas formas. A ella le advirtió, desde un rayado donde había detenido su carro aquel primer año, que debía buscar una segunda opinión. Pero no hizo caso. «Hay algo interno que te revela la enfermedad. Yo no sabía las consecuencias de cómo saldría de la operación, pero pedí al cirujano que no reconstruyera mis mamas si no hacía falta, si no quedaban distintas entre sí».
Tampoco es que la estética no le resulte importante. No la obvia. Sin embargo, luego de su vuelta a la vida, ese ámbito lo ubica en segundo plano. «El cáncer cambia radicalmente la forma de pensar. Ni siquiera es que te propones ser diferente. Sencillamente te sientes y vives distinto. Para mí es mucho más importante la salud».
En su caso hay que agregar que el humor también cobra protagonismo. Es famosa su travesía con Nelson, siempre con Nelson, en las calles mofándose del impacto que causaba en la gente su calvicie. Quitarse la peluca se hizo una estrategia a su favor. Pero, primero, debió adquirir una.
En una de sus visitas a Nueva York, a Bolivia le informaron que a partir de la segunda quimioterapia perdería el cabello, de modo que recorrió cuatro tiendas para comprar su nuevo accesorio. «Todas me parecían horrendas. Luego entendí que era mi forma de negar la situación. Me devolví a la primera tienda y compré la que decía que era horrible».
El día que regresó a Caracas, llamó a su peluquero de quien necesitaba un arreglo para un matrimonio al que estaba invitada. Ya había perdido bastante cabello y lo notó en la cara de la muchacha que le lavaría la cabeza. «El domingo, le dije a Nelson que aprovecháramos el momento de ausencia en la casa para que me rapara la cabeza. Él lo hizo con una maquinita. Cuando mis hijos llegaron ya yo tenía puesta la peluca. Pensaba que era perfecto porque no tendría que ir más al salón de belleza y que la ‘cuchita’ me quedaba divina».
Pero las caras de los menores le devolvieron un espejo dramático. «Cristina decía: ‘Mi mamá se va a morir’ y Nelson Eduardo decía: ‘Mi mamá no tiene cáncer’. Tuve que meterlos en apoyo psicológico para aterrizarlos».
Ese momento de calvicie femenina forzada lo ubica como el gran trago amargo.»Te das cuenta de que el cáncer está ahí y de que no puedes esconderlo. Yo dije que me lo vacilaría y en el metro de Nueva York, donde volvía a ir, me quitaba la peluca a propósito».
Así fue construyendo la risa a partir de la cara de horror que le brindaban los otros. «Recuerdo que fui a ver una película en 3D y había niños que me estaban fastidiando. No sabía cómo hacer para que me dejaran tranquila. Entonces me volteé, les pedí que, por favor, se callaran y me quité la peluca. El silencio fue total».
Sus hijos constituyeron otro punto de sanación. Celebra que cuando los llevaba al colegio debía pasar por una casilla de vigilantes donde también había niños de la institución, y sus dos pequeños, también ocurrentes, pedían que se ejecutara el plan familiar. ‘Mamá, ahora’, le anunciaban, y la madre cómplice seguía el juego. «Entonces yo me quitaba la peluca, ellos se morían de la risa, la gente ya esperaba ese momento y transformábamos la tragedia en algo humorístico».
No era Nelson Bocaranda el artífice de aquellas situaciones, como se ha creído. El de Bolivia resulta un humor más corrosivo. Y eso es decir bastante. «Una vez fuimos a Margarita, había comprado muchos trapitos de cocina en el boulevard, pero los niños que los ofrecían me perseguían para que les comprara más. Les decía que no podía, pero insistían. Para que se fueran tuve que quitarme la peluca y fue cuando salieron corriendo y gritando: ‘Hijo er diablo si es pelona'».
Bolivia Belisario de Bocaranda, graduada en relaciones industriales en la UCAB, ubica su origen en una familia caraqueña conservadora, pero abierta a distintas formas de pensamiento. En ese contexto nació un 26 de octubre de 1954, siendo la segunda de tres hermanos; los otros dos, varones.
Su madre llegó hasta cuarto año de ingeniería y su padre se hizo médico. De sus tías agradece la actitud al logro de los objetivos y a su abuela la describe como una persona ‘de avanzada’. «La llamaban la tía loca y tenía un programa de música. Vivíamos en La Florida en la misma cuadra de José Antonio Calcaño (miembro fundador de la Orquesta Sinfónica de Venezuela). Mi abuela me hacía leer Las memoria de una loca, de Conny Méndez, y luego me preguntaba: ‘¿Te gustó? Mañana invitamos a Conny a almorzar’, y llegaba Conny Méndez a mediodía. Si tenía que hacer un trabajo sobre la Opep, ella llamaba a Juan Pablo Pérez Alfonzo. Yo me recuerdo debajo de una mata de mango tomándole el dictado a Pérez Alfonzo para mis trabajos. Si era de literatura, mi abuela llamaba a Arturo Uslar Pietri. ‘Arturito, ¿cuál es la novela más corta que has escrito? Todos eran nuestros vecinos. Mi padrino fue el historiador Isaac Pardo. Con esto quiero decirte que el voluntariado de SenosAyuda está conformado por gente del Country Club y de Caricuao; es decir, hay libertad de pensamiento y amplitud en el modo de ver la vida. Así me crié y así concibo la vida».
Bolivia no se declara una apasionada religiosa. Sin embargo, asistió a la iglesia cada domingo hasta que sus hijos cumplieron 18 años. Era el acuerdo con su esposo trujillano. «Los colegios de los niños fueron religiosos por Nelson, pero mi criterio era que estudiaran donde aprendieran un segundo idioma. Yo les inculco a mis hijos los valores, que es una manera de ser religioso».
Entonces, para dejar en claro su posición, sostiene que es en el respeto y la justicia donde encuentra la ética de la vida y explica: «Un chavista con principios y convicciones merece mi respeto, aunque su ideología sea diferente de la mía. Sin embargo, la corrupción es algo con lo que no se lidiar. Por ejemplo, esos muchachos que llaman bolichicos, que son de la edad de mis hijos y que se han hecho millonarios sin hacer ningún esfuerzo. Creo que en la vida uno tiene que fajarse, no es que el maná baja del cielo, la perseverancia tiene una ganancia al final y ese es mi foco. Así es como se logra honestamente lo que uno se ha propuesto».
Sus respuestas no tardan. Tampoco cuando se le pidió definirse entre la señora que superó el cáncer, la presidenta de SenosAyuda o la esposa de Nelson Bocaranda. «En ninguna de tus tres opciones, porque yo soy la señora que superó un cáncer, la presidenta de Senos Ayuda y la esposa de Nelson Bocaranda, pero, principalmente, soy Bolivia».
Estampas
@llabanero
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