La últimamente famosa, pero que es una herencia cultural de los pueblos que comparten la cuenca Mediterránea, es una combinación de alimentación con ingredientes de la agricultura local, las recetas formas de cocinar propias de cada lugar, las comidas compartidas, celebraciones y tradiciones, todo esto unido a la práctica del ejercicio físico moderado favorecido por un clima benigno.
Esta dieta se caracteriza por la abundancia de alimentos vegetales, el consumo de pequeñas cantidades de carnes rojas y aportes diarios de vino consumido generalmente durante las comidas.
A la gran variedad de alimentos y al equilibrio en la proporción de sus macronutrientes hay que añadir los beneficios de su bajo contenido en ácidos grasos saturados y alto contenido de monoinsaturados, así como en carbohidratos complejos y fibra, sin olvidar su riqueza en antioxidantes.
Los alimentos de la dieta mediterránea
Leche y lácteos: Todos excepto leche condensada, lácteos muy grasos como quesos curados, lácteos con mermelada o nata.
Carnes, pescado, huevos y derivados: Principalmente pescados ( blanco y azul) y huevos. En cuanto a la carne debe primar la de aves y carnes magras.
Cereales, papas y legumbres: Todos, preferiblemente los cereales integrales a los refinados, por el aumento del aporte en fibra.
Verduras y hortalizas: Todas, a ser posible una ración diaria cruda en forma de ensalada.
Frutas: Todas, a excepción de las confitadas y escarchadas. Evitar las conservas en almíbar por el aporte en azúcar.
Bebidas: Agua, caldos desgrasados, infusiones, jugos sin azúcar añadida.
Grasas: Aceites de oliva y semillas ( girasol, maíz, soja, etc) mantequilla y margarina preferiblemente crudas, frutos secos.
Otros: Mermelada, miel…, salsas y acompañamientos de platos a base de hortalizas.