La crisis sanitaria, paradigma del derrumbe venezolano


Un reportaje escrito por Daniel Lozano para el portal de «La Nación» asegura que el deterioro de las instalaciones del Hospital Clínico Universitario de Caracas es alarmante, casi aplastante. No funcionan buena parte de los quirófanos ni las ambulancias. La sala de emergencias parece la antesala del infierno.

Los venezolanos lo repetían con orgullo al ser inaugurado a mitad del siglo pasado: el Hospital Clínico Universitario de Caracas es el mejor de América latina. Hoy, sin embargo, el primer centro médico del país se transformó en paradigma del desmoronamiento de la revolución, como si una bomba inteligente fabricada por alienígenas hubiera hecho explosión en un edificio declarado Patrimonio de la Humanidad, como toda la Universidad Central de Venezuela.

Nada queda de aquel esplendor. «El propio hospital está en terapia intensiva, trabajando con las , con muy pocos recursos, con muy pocos materiales. La situación es crítica porque falta de todo», confiesa Rubén Alcázar, jefe de residentes de 2, tras terminar la extracción de una vesícula. La paciente tuvo que pagar todos los de la intervención quirúrgica, hasta la anestesia, porque el hospital público carece de ellos. En , 80.000 bolívares, es decir, casi tres salarios mínimos. Todo lo que necesite para su recuperación también correrá por su cuenta.

LA NACION recorrió sus instalaciones, a espaldas de vigilantes y de la guardia de su directora revolucionaria, empeñados en aplicar una terapia especial a quienes se atreven en airear las interioridades de lo que fue un magnífico edificio. Desde el primer minuto salta a la vista que el diagnóstico del médico no es exagerado. Todo lo contrario.

El deterioro de las instalaciones es alarmante, casi aplastante. No funcionan buena parte de los quirófanos ni las ambulancias. La sala de emergencias parece la antesala del infierno. Las cámaras frigoríficas de la morgue fallan a menudo, invadiendo con su mal olor las salas de quimioterapia (cuando la hay, en contadas ocasiones en los últimos meses).

Desayunos y comidas son mínimos. Los enfermos deben aportar medicinas, sábanas, agua y hasta las soluciones salinas. Los baños para enfermos y trabajadores estarían prohibidos hasta en las pesadillas. En maternidad se intenta desviar a otros centros el mayor número de parturientas, después de que los cuatro primeros meses del año arrojaran una estadística escalofriante: 46 bebes muertos, los mismos que en todo 2015, según la denuncia el propio servicio de neonatología.

Todo parece venirse abajo en el hospital. Hasta el famoso tomógrafo donado por Hugo Chávez ha desaparecido. «No hay tomografía, ultrasonido, mamografía, rayos X», reza un cartel desde enero pasado. Muy cerca, otra declaración en papel: «El hospital es del pueblo».

Las listas de espera en todas las especialidades superan las 5000 personas, que deben armarse de paciencia durante meses si tienen suerte y su quirófano está abierto. Parece el hospital de una guerra no declarada.

María Valladares tiene 71 años y muchas ganas de vivir. La mujer cuenta para su cruzada particular con la ayuda de su hija Alicia, trabajadora del hospital. La familia busca sus antibióticos, sus medicinas, hasta el papel higiénico y el agua que toma. «Como no hay bolsa para colostomías, el médico ha fabricado una con una botella de plástico. Pero se lo ponemos y el desastre es aún peor», se queja Alicia.

A pocos metros descansa Yendry Arturo, de 49 años. «Cuando me abrieron tenía cinco huecos en el intestino. Me siento mal, no hay forma de conseguir las medicinas», relata con un hilo de voz. Sus dos hermanos recorren las farmacias de Caracas buscando antibióticos, vitaminas y soluciones salinas. Cada vez que las encuentren dan gracias a su Dios por el milagro.

Y no exageran: la ausencia de medicinas en las farmacias y hospitales venezolanos ronda el 90%, que es lo mismo que decir que de cada diez medicamentos que se buscan sólo se encuentra uno.

La Asamblea Nacional declaró a fines de enero una «crisis humanitaria de salud», que entre otras cosas se refleja en la carencia de medicamentos considerados esenciales. La bancada opositora, que controla dos tercios del Parlamento, acordó exigir al presidente Nicolás Maduro que se «garantice de manera inmediata el acceso a lista de medicamentos esenciales», lo que se relaciona con la «muerte de venezolanos» por falta de insumos y atención oportuna. Pero no hubo cambios. O si los hubo, fueron definitivamente para peor.

La Red Venezolana de Gente Positiva RVG+, que portan el virus del sida, denunció que hay miles de vidas en juego porque los antirretrovirales disponibles se están por agotar.

«Fuimos los pioneros en cirugía laparoscópica, en intervenciones bariátricas, hasta diez semanales. Ahora ni una mensual, como mucho dos al año», revela el residente Carlos Rodrigo, de 26 años, que no pestañea para definir lo que está viviendo: «Esto es de otra época, tercer tercermundismo. Esto es medicina de guerra».

De las 700 intervenciones gástricas de 2013 a unas 200 actuales. Los médicos abren la puerta del «cementerio», la habitación donde se acumulan aparatos tecnológicos de todo tipo inservibles por falta de repuestos. Las varillas de las laparoscopias se reutilizan pese a que ni siquiera los aparatos para esterilizar son de fiar. Pero es que tampoco hay material para radiografías: enfermos o familiares fotografían directamente la imagen en el ordenador del facultativo. Desde el primer día se ven obligados a aportar el papel para diagnósticos y demás estudios.

No hay reactivos para gran parte de los análisis, también falla el aire acondicionado, los tubos también aparecen y desaparecen. Los trabajadores evitan llevar a sus familiares a su propio hospital, ni siquiera a Urgencias. A la zona de los enfermos más graves la denominan «la cámara de la muerte».

«Venezolanos mueren hoy porque hay un 90% de escasez en medicinas, porque hay listas de espera en los hospitales, porque en los públicos el 60% de los quirófanos no están operativos y el 90% de los mamógrafos no funcionan», destaca José Manuel Olivares, diputado ahora, pero que hasta diciembre pasado ejerció como oncólogo en el Clínico Universitario. «Ésta es nuestra realidad hoy», concluye.

Fuente.I21


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