Cuando Trump aseguró que hay fraude en la democracia norteamericana apuntó al corazón donde se mata a un sistema democrático.
Una democracia es esencialmente credibilidad. Veamos. Al perdurar establemente las democracias, aparece poco a poco un gran desprecio por la política. En lugar de apreciarla (y a sus políticos) por haber logrado el difícil equilibrio —sin violencia ni coacción— de ese complejo territorio de ambiciones y pasiones, que es la política, se la desprecia.
No sucede lo mismo con las dictaduras. Quizá porque la rutina democrática revela las pequeñeces humanas de los políticos, que en ellos nos resultan inaceptables. En cambio, las psicopatías de los caudillos atropelladores nos parecen admirables, o al menos justificadas. Tal vez, el verdadero impulso humano es pendular en sus pasiones para finalmente alcanzar, como dice Macbeht, nada.
¿El hastío democrático está suicidando a occidente? Yo votaría republicano porque los demócratas han ayudado que lo tribal (los Castro e Irán) controle zonas de influencia en países que queremos libres. Pero Trump no es republicano, es un caudillo populista.
Un candidato que impugna a priori el resultado electoral es un caudillo populista; el que desconociendo la independencia de poderes promete apresar al oponente político, como Trump a Hillary, Maduro a López, es un caudillo populista.
O bien la institucionalidad frena al caudillo o bien el caudillo la destruye.
¿Admiramos al loco porque dice lo que nosotros, pusilánimes, callamos? Okey, sea nuestro gurú pero ¡no le demos el poder! Ahora, si tú crees que ya llegó la hora de la caída de la democracia norteamericana, la hora de retornar a las fatigas políticas, a las carnicerías, la heroicidad y la sumisión, claro, vota por Trump, que la historia te absolverá