Pues fíjense que es exactamente lo que en ese preciso instante, al inscribirse para las primarias de la oposición, señala el candidato socialdemócrata, de centro izquierda, Pablo Pérez. Ir hacia adelante. Hacia el progreso. Por la defensa de la descentralización y la propiedad privada, acento marcado –qué duda cabe- desde una posición más optimista y más amplia de asumir la política, como Lula, como Lagos, como Bachelet.
Y justo, Mendoza, en el encuentro de la Cámara de Comercio e Industria de Caracas, recuerda la visita de Lula a esta ciudad y la reunión sostenida de manera particular con 4 empresarios, Gustavo Cisneros, (el primer magnate) Alberto Vollmer (la nueva generación de la tradición) José María Nogueroles (el primer banquero) y el mismo Mendoza (el líder industrial).
A Pablo Pérez le preocupa la política que aísla a Venezuela de sus socios tradicionales. Mendoza recuerda que Lula les dijo que deseaba ver empresarios venezolanos compitiendo en Brasil. ¿Y cómo?, señala Mendoza. Los controles, la falta de divisas, la ausencia de incentivos, la falta de garantías, no permiten exportar. Pablo Pérez habla de seguridad jurídica. Mendoza apunta que para exportar a 45 países ha tenido que montar plantas en Estados Unidos y Colombia.
Aquí cabe esta afirmación. Observando a Mendoza y a la vez a Pablo Pérez, a Henrique Capriles, a María Corina Machado y a Leopoldo López, se siente la nueva Venezuela. El nuevo liderazgo. Cuando Chávez llegó al poder, este Mendoza era otro. Escucharlo hoy sorprende. La complejidad, el reto, la adversidad de todos estos años lo han curtido como gerente, líder y empresario, y es en el discurso donde más se aprecia el giro. Estamos en presencia de un líder que no esconde el meollo del entorno; o sea, la “hostilidad” con que el Gobierno ve al empresariado, al capital, a la propiedad, a la iniciativa privada. En los precandidatos hay esa coincidencia. Eran otros hace 13 años. Jóvenes, muy jóvenes, aspirando a ser alcaldes, a una diputación, a ser jefes de una ONG. ¿Y hoy? La Presidencia de la República está al alcance. “Me reservan la silla de Miraflores”, resolvió ayer la mente ágil de Pablo Pérez ante la pregunta de una reportera.
Se escucha cada discurso y cabe también esta otra afirmación. La nueva generación de políticos y empresarios coincide en lo estratégico del contenido. La lucha contra la pobreza. La lucha contra el clientelismo. Desenmascarar la mentira económica –Esa vaina del truque no existe, dice Mendoza. Establecer un modelo de oportunidades. En esto Pablo Pérez insiste: yo vengo de abajo y quiero que los venezolanos se planteen retos de progreso. Esto es lo verdaderamente revolucionario. Como Mendoza –y es verdad- que almuerza en el mismo comedor en el que comen los trabajadores, comparte mesa con ellos, intercambia con ellos, “aprendo de ellos”, como pares, como iguales, sin pregonar falsos socialismos, garantizando empleos de calidad y oportunidades para crecer en la empresa, hacer carrera, y en ello estriba lo otro: por qué los trabajadores están dispuestos a jugarse el pellejo por el Grupo Polar.
Mendoza que conoce de petróleo y petroquímica –en la diversificación del Grupo hay algo en esta área- lanza la crítica de que cada vez se exporta menos en petroquímica. O sea, aquello del petróleo aguas abajo pregonado por Chávez y por Giordani, es un mito. ¿Y qué dice Pablo Pérez? Que el petróleo debe convertirse en una palanca para apuntalar a otros sectores. “Se pueden exportar otras cosas, pero el modelo no lo permite”, completa Mendoza. El modelo de controles, en lo económico. El modelo de exclusiones, en lo político, según la visión de Pablo Pérez. Cuya propuesta es: “Aquí cabemos todos”. Y ante ello, en el otro escenario, Mendoza parece completar: “Venezuela nos necesita a todos”.