A Rosales eso lo afectó en la campaña presidencial de 2006. Los aliados se quejaban. Y en torno a Rosales no había nadie –con la excepción de Omar Barboza- que se atreviera a decirle las cosas. Los maracuchos de su equipo lo creían un reyezuelo. Y Rosales también se lo creía. Actuaba como tal. Por aquí debe comenzar Pablo Pérez. Ampliando el abanico puede ver el bosque, no el árbol. Ampliando la visión, menos discurso que suene local, a provincia. Borrar estereotipos. Porque hasta la incertidumbre en torno a que si se lanza o no, que si Manuel, que si ahora, que si más tarde, que si hoy y ah ora es mañana, tiene mucho que ver con ese manejo de la política.
Con la garra, con la imagen, la juventud, con la novedad que representa, con el partido, y con los aliados que ate, puede ganar. Pero el triunfo interno que sirva de puente y plataforma para lo que viene. Si Rosales, con su candidatura de 2006, logró despejar la ruta de triunfo, Pérez puede rematar, ganándole a Chávez o al que sea el candidato del chavismo.