Otra vez se corre el rumor de que se decretará un nuevo aumento del salario. El régimen no aprende. Nada se gana con aumentar el salario cuando el beneficio que aporta tal aumento es menor que el perjuicio inflacionario que acarrea.
A nadie le importa cuántos bolívares gana. Lo que importa es cuántas cosas se pueden comprar con los bolívares que se gana. Es decir, lo que cuenta es el salario real.
El primero de septiembre se produjo el último aumento del salario. Lo único que logró fue un cierre masivo de empresas y desató una arremetida en el proceso de hiperinflación que ya se encontraba en fase de aceleración. Según distintas versiones, a estas alturas ya el aumento de los precios diluyó entre 75% y 95% del poder de compra adicional que produjo aquel incremento. Es tal la pérdida del poder adquisitivo que padece nuestra moneda que se calcula que hacia el mes de junio de 2019 ya habrá que eliminarle nuevamente varios ceros a pesar de que apenas en mayo pasado ya se le habían quitado cinco.
La pobreza crece en términos de vértigo. Habría que enfrentar con urgencia el problema al menos por dos vías de choque: la primera es atacar de frente las causas de la inflación y la segunda concentrar los mayores esfuerzos para estimular aumentos en la producción y la productividad.
Quizá habría que empezar por el sector petrolero, dado su potencial de aportar recursos. Pdvsa, después de haber sido la empresa que más bienestar aportaba a los venezolanos, es la que hoy en día genera más empobrecimiento porque es la que más contribuye a la inflación, vía monetización del déficit de su flujo de caja a través de auxilios financieros que recibe del BCV.
Hoy somos absolutamente dependientes del ingreso petrolero que aporta cerca de 96% de las divisas que le ingresan al país. Ahora bien, ese ingreso depende de 2 variables: cuánto petróleo se produce y a qué precio se vende. En las últimas semanas el precio ha disminuido 20%, en tanto que la producción petrolera cae dramáticamente. En 1998 producíamos 3,5 millones de barriles diarios y nos aprestábamos a incrementar la producción gracias a la Apertura Petrolera. Hoy producimos 1.170.000 b/d y la producción está cayendo a razón de 40.000 barriles por día cada mes.
Lo cierto es que el dogmatismo, la corrupción, la ineficiencia y la incapacidad acabaron con Pdvsa. Si no la hubiesen destruido, Venezuela estaría produciendo unos 5,5 millones de barriles diarios de petróleo y la pavorosa crisis que nos está carcomiendo nunca hubiese estallado.
Pero no se trata solo del sector petrolero. Con igual tenacidad destruyeron y saquearon el resto de la economía venezolana.
“¡Exprópiese, exprópiese, exprópiese!”, proclamaba el presidente Chávez, mientras Rafael Ramírez afirmaba: “Pdvsa es roja rojita”.
Para muestra basta un botón. Esas dos citas sirven para explicar el efecto dominó de devastación que se desencadenó en todo el país. Cada funcionario competía para ser más radical que el otro. Cerca de 8 millones de hectáreas fueron expropiadas o invadidas en el sector agrícola. Miles de industrias y empresas también lo fueron y otras tantas llevadas a la quiebra. Hoy en día el campo venezolano está semiabandonado e improductivo. La escasez nos agobia y el comercio agoniza, el sector industrial apenas sobrevive, el sistema eléctrico y los servicios públicos, incluida la salud, en el acabose. El signo monetario por el suelo. Un exhaustivo sistema de controles de todo orden asfixia la economía y padecemos la mayor hiperinflación del planeta. La población viniéndose a menos aceleradamente y los venezolanos huyen por millones de su país.
Incapaz de aceptar el daño que ha causado, el oficialismo pretende culpar de todo a una supuesta “guerra económica”.
Sin embargo, la triste realidad es que, no sé si por ignorancia o por dogmatismo, en lugar de enfrentar los problemas que padecemos recurriendo a la racionalidad, el régimen insiste en profundizarlos repitiendo una vez tras otra los mismos errores que ahonda en cada giro adicional de este vertiginoso círculo vicioso de empobrecimiento en que nos están hundiendo y que ha llegado a convertirse en una verdadera fábrica de miseria.
@josetorohardy
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