Con la firma del acuerdo entre Irán y las potencias mundiales se consolida un escenario de precios del petróleo moderados en el mediano plazo. No significa que los precios del crudo se desplomarán, pero sí que en el 2016 no subirán a los niveles más optimistas o, en todo caso, no a los niveles necesarios para cerrar el déficit en balanza de pagos que arrastra Venezuela. Ciertamente el país aun cuenta con opciones de política que le permitirían sortear la crisis, pero eso requeriría una rectificación en lo económico y ante todo un cambio en la manera de hacer política. De no darse dichos cambios pronto, en este contexto petrolero, con este modelo económico, luce difícil que este gobierno puede evitar un default de deuda externa en 2016. Ese es un dato, no un deseo.
Repito, opciones de política existen, sobre todo para una economía con tantas potencialidades como la venezolana, pero el modelo económico que insisten en profundizar solo agrava las cosas y un elemento del modelo que resulta particularmente nocivo es el control de cambio, pues no solo reduce las exportaciones y ahuyenta la inversión extrajera directa, sino que evapora buena parte de las divisas por vía de la sobrefacturación. En esencia, en el control de cambio se contrapone el derecho de los productores a exportar versus el “derecho” de una elite a robar.
Por un lado, el control de cambio es una negación del derecho que tiene todo productor a exportar y procurarse un ingreso en moneda dura. La cuenta es muy sencilla: por cada 100 dólares que Usted exporte puede usar hasta 60 para adquirir en el exterior insumos necesarios en su proceso productivo y los 40 restantes debe venderlos al BCV a 50 bolívares por dólar, lo que apenas le alcanza para ir al mercado paralelo y comprarse unos tres dólares. Es decir que un potencial exportador venezolano ve esfumar un tercio de su ingreso bruto nada mas por obra y gracia del control de cambio, una carga que lo pone en desventaja ante cualquier competidor internacional y que explica el colapso de las exportaciones no petroleras, las cuales pasaron de representar 31% del total en 1998 a menos del 5% en 2014. Al final, al no poder procurarse sus propias divisas, los privados quedan a merced del gobierno, quien aprovecha para presentarlo como un sector improductivo, que solo quiere apoderarse de los dólares del pueblo.
Del otro lado está lo que la elite gobernante considera su derecho natural a robar a gran escala. Ya la relación entre el dólar paralelo (Bs. 620) y el preferencial (Bs. 6,30) es de 100 a 1, de modo que en apenas un par de “rondas” por Cencoex (Cadivi) un enchufado podría trasformar un modesto capital semilla de mil dólares, por decir nada, en la bicoca de 10 millones de dólares. Claro, para eso tendría que mojar muchas manos, pero incluso si solo conservara la mitad estaríamos hablando de transformar mil en 5 millones. Ni la droga da ese tipo de ganancias y contra eso no hay precio del petróleo que aguante. No en balde en enero de este año un informe de Roubini Global Economics concluía que “Venezuela debería entrar en default, y lo hará, pero no sin que antes los grupos de interés extraigan hasta el último centavo de las reservas internacionales”.
Precisamente por lo insostenible que resulta el modelo es que, con la lógica del parásito al que conviene alargar la vida de su presa, Rafael Ramírez propusiera el desmontaje progresivo del control de cambio, lo que le costó su defenestración y exilio. Más pudo la mafia de la sobrefacturación y, ante la creciente intranquilidad en las filas oficialistas, tuvo que salir Aristóbulo a apretar nuevamente el “botón de pánico” en su reciente discurso ante la Asamblea Nacional: “si quitamos el control de cambio nos tumban”. Argumento sin pegada, que trata de escamotear lo que cada vez resulta más evidente a todos: si no quitan el control de cambio nos matan de hambre.
José Guerra