¿Cuántos niños hospitalizados por desnutrición hubieran podido comer si, con el monto que se invirtió en la comparsa en homenaje a Zamora, se hubiesen comprado las fórmulas lácteas, las vitaminas y los medicamentos que se requieren para salvarlos? ¿Cuánto dejó de producirse en Venezuela por el capricho de unos comunistas en homenajear a este neoprócer en torno a quien han tejido mitos patrióticos? ¿Estamos en el país como para que empresas, comercios e industrias se paralicen porque el régimen se antojó de celebrar los doscientos años del natalicio de Zamora?
En Venezuela la gente está muriendo de hambre: ¡nuestros niños están muriendo por falta de comida! La desesperación lleva a familias enteras a hurgar en la basura. No me lo cuentan: lo veo a cada instante. Es la escena que encuentro cada vez con más frecuencia –y que seguramente ustedes también habrán tenido la triste oportunidad de contemplar– en los lugares donde mercados, centros comerciales o edificios depositan sus desechos.
Si este régimen, en vez de jugar al Carnaval anticipado, dejase de disfrazarse y celebrar pendejadas, e invirtiese ese presupuesto que destinó en la celebración del bicentenario de Zamora en atender las necesidades básicas de la población más desprotegida, los niños de San Félix, o los de Maturín, o los de Maracaibo o los de cualquier rincón del país, no estarían muriéndose por falta de alimentos.
Porque los niñitos de los segmentos más pobres de la población tienen la piel pegadita a los huesos. Y el llanto se les apaga porque los alaridos de hambre no pueden ser atendidos por sus madres con la frecuencia que ellos demandan. Porque, a pesar de que el régimen se empeña en ocultar las cifras, la desnutrición y la mortalidad infantil aumentan. Porque en mi país la gente está muriendo porque no tiene qué comer y, si encuentra, no tiene –o no le alcanza– el dinero para pagarlo. Mientras Nicolás y sus allegados lucen atuendos con los que no logran disimular la gordura; la extrema delgadez de los venezolanos se pasea de un basurero a otro, dejando a un lado la vergüenza y cediendo a la desesperación.
¿Por cuáles calles circulan los personeros del régimen? ¿En qué hospitales públicos atienden sus problemas de salud? ¿En qué Bicentenario o Mercal hacen sus compras? La ceguera ideológica los mantiene encerrados en su burbuja de confort y riqueza; una burbuja desde donde imponen su comunismo acomodaticio y reprimen a quienes se atrevan a decir que en el país ocurre todo lo contrario a lo que ellos se afanan en promover. Porque la pobreza y el hambre los envalentona. Un pueblo ocupado en sobrevivir, no se transforma en una amenaza. Pero negar lo que ocurre e impedir que los problemas se difundan no cambia la realidad que estamos viviendo.
Este 1° de febrero en Venezuela, según datos de Conindustria, se dejó de producir cerca de 143 millones de dólares. Un dinero que, hoy más que nunca, se necesita para resolver la crisis económica que sufrimos; pero, sobre todo, el problema de hambre que está matando a nuestra gente. Dejar de trabajar por decreto presidencial, es restarle a la prosperidad oportunidades. Es aupar desde el Estado el retraso, la desidia, la flojera, la improductividad. Es ponerle más combustible a esa inercia que el régimen fomenta para transformar a los venezolanos en autómatas ofuscados en las filas para obtener el carnet de la patria o una bolsa Clap. Porque el hambre comienza a doblar las rodillas, incluso de quienes en algún momento se opusieron a este régimen. Porque el régimen encontró en el hambre la forma más expedita de control y subyugación.
Exaltar la figura de Zamora, hacerle una comparsa llena de disfraces y carrozas, aviones surcando el cielo y militares marchando, costó dinero: ¡mucho dinero! Un dinero que el Estado despilfarra en estupideces, sin orden ni prioridades, demostrando que su realidad es la antípoda de lo que el resto de los venezolanos vemos en las calles y padecemos a diario. Porque ahora también gastarán dinero –mucho dinero, el dinero de todos nosotros– en la conmemoración del 4-F, sin importar que, en las esquinas de Venezuela, el hambre se da la mano con la violencia, en una alianza perversa, sin precedentes, que está matando a la población de menos recursos, que cada vez es más numerosa. Porque la prioridad del régimen no son los bebés desnutridos que se multiplican en los barrios del país, sino exaltar la fallida intentona golpista dándole matices heroicos: donde Chávez es el Bolívar del siglo XXI y el 4.F, el día que se alcanzó la nueva independencia de Venezuela.
Los déspotas dirigentes tratan de cambiar la historia poseídos por ideales enfermizos; implantando un reino de terror sin cultura. Como dice C. J. Cela: “A la desgracia, no se acostumbra uno, porque siempre nos hacemos la ilusión de que la que estamos soportando, la última ha de ser”. Venezuela, secuestrada, lucha por no perder la razón. Y con esperanza de sobrevivir, le dice a la oposición: “No pagues el rescate”.