Sí, es un delito. No puedo calificarlo de otra manera. Y un delito tan grave que, incluso, debería considerarse de lesa humanidad. De esos que, cuando los tiranos creen que todo se ha olvidado, y podrán vivir una vejez feliz, llega la justicia y les cobra cada una de las represiones y muertes que provocaron por la ambición de permanecer en el poder. El prontuario que acumula el régimen es jugoso y sustancioso. Repleto de crímenes que no caducan. Que no prescriben. Que permanecen intactos en la memoria y en los corazones de las familias a las que vistió de luto. No puedo precisar cuándo ni cómo saldremos de esta tragedia, pese a que es la pregunta que me hacen recurrentemente los amigos y conocidos con esa mezcla de desesperación, desasosiego y tristeza que hoy en día lucimos los venezolanos. Han sido 18 años tortuosos, miserables e irrecuperables. Años de hambruna, ruina, desgracia y muerte. Años que, desde ya, serán calificados como los más nefastos que haya tenido el país.
Abril arrancó con las protestas de una sociedad cansada. Marchas que parecen un replay y tan concurridas como las que alguna vez vimos en el 2002. Venezolanos que, pese a que han sufrido la represión desmedida de la GNB y la PNB –y su lluvia de bombas lacrimógenas– se lanzan a la calle sin miedo. Porque están hartos de este régimen, miserable y cobarde, que se esconde no solo detrás de los grupos paramilitares que le custodian, sino también detrás de los malandros armados que circulan en motos para amedrentar y disparar contra la población que reclama y exige cambios; ciudadanos que quieren rescatar su derecho legítimo a protestar porque así lo establece la Constitución. ¿Cuándo acabará la pesadilla? Una pregunta que escucho periódicamente y que aún no logro contestar.
¿Lograremos con marchas cambiar la situación actual del país? ¿Seguiremos presenciando la represión exagerada de un régimen tan malandro como los delincuentes que le sirven de brazo armado a la revolución? El miedo a la democracia es el que hace que los tiranos activen planes para defenderse de las conspiraciones o golpes, que solo están en la mente de quienes temen perder el poder. Por eso, la activación del Plan Zamora. Por eso la nueva legión de milicianos estrenando uniformes y fusiles. Por eso las declaraciones de Cabello asegurando que 60 mil motorizados saldrían –y efectivamente, salieron– el 19 de abril, desde los extremos de la ciudad, a apoyar a Maduro. Es el miedo que le tienen a la democracia, a ser doblegados por ella, la razón por que le permiten a los colectivos circular libremente por nuestras calles, disparando a mansalva y correteando a la población que, amparada por la Constitución, decide salir pacíficamente a protestar.
¿A qué le temes Nicolás? Hablas de un escenario electoral. Hablas de ganar batallas en paz y con votos. Vociferas que quieres ir a elecciones pronto para verle la cara a Borges y Ramos Allup; hablas de un camino pacífico para que la Revolución Bolivariana ponga en su puesto a los conspiradores y asesinos. ¿Quiénes son los asesinos? ¿Acaso desde la llegada del chavismo al poder, y ahora el madurismo, las cifras de asesinatos anuales que se registran en el país no han ido incrementando tan groseramente que hoy estamos considerados como uno de los países más violentos del planeta? ¿A quién le corresponde frenar esta espiral de violencia que mancha nuestras calles de sangre? Los venezolanos estamos clamando por un cambio. Y para muestra, las marchas: a las que sigue acudiendo la sociedad civil de manera voluntaria y espontánea, incluso sabiendo a lo que se exponen. Incluso sabiendo que estarán los esbirros que impedirán el libre tránsito. Incluso sabiendo que el régimen evitará, con toda la violencia de la que hace uso, que lleguen a la meta programada.
El martes de esta semana conversé con el politólogo John Magdaleno. A su juicio, la lucha por el cambio no se limita a uno o dos territorios. Según él “es una simultánea de ajedrez que se desarrolla en varios tableros; por lo que, para que sea exitosa, esta lucha por el cambio debe desarrollarse en al menos ocho tableros. Es decir, que haya una simultánea de ajedrez”. La lucha por el cambio para Magdaleno se libra en: 1) la opinión pública nacional; 2) la movilización social de calle; 3) la opinión pública internacional; 4) los organismos multilaterales; 5) presidencias y parlamentos de otros países; 6) espacios de interlocución con el chavismo descontento 7) las elecciones; 8) espacios de interlocución con empresarios vinculados (antes o ahora) con el oficialismo.
Coincido con él cuando asegura que la presión popular, visibilizada en la calle y conducida asertivamente, contribuye al cambio. Pero ella por sí sola no lo garantiza. Necesitamos estrategia y concentración para mover correctamente las piezas en estos tableros que se despliegan ante nuestros ojos. Estudiar los movimientos del oponente. Anticiparlos. No ceder ante la oferta de elecciones regionales –una trampa caza tontos– que sólo serviría para calmar los ánimos y lavarle de nuevo la cara al régimen. Antes de pensar en elecciones, debemos reinstitucionalizar al país: sanear y desparasitar a los entes que nos representan, y que son los responsables de ponerle freno a los desmanes de esta autocracia. Solo así, tendríamos garantía de unas elecciones transparentes. Sin duda es urgente el cambio; pero, antes de emprenderlo, las instituciones tienen que ser autónomas. De lo contrario, es maquillar una realidad que ya no aguanta más paños calientes.
@mingo_1