El lunes 21 de mayo, Benancia llegó eufórica a la casa donde presta sus servicios como doméstica. La felicidad le brotaba como el tufillo de las cervecitas que se bebió con sus vecinos de Catia para celebrar el triunfo. Se había trasnochado porque, después de que anunciaron los resultados, la música, los fuegos artificiales, el licor y la fiesta se prendieron hasta bien entrada la madrugada. Esa fue la razón que alegó para justificar su retraso esa mañana. No la falta de transporte o la demora en el Metro, como tantos otros lunes de llegadas tardes. La verdad es que nunca la habían visto así: tan auténtica, tan entusiasmada y tan chavista. Porque si algo supo hacer Benancia a lo largo de los años que tenía trabajando para esa familia –que no eran pocos– fue ocultar muy bien su preferencia política.
Porque Benancia, con cinco hijos de todas las edades y una habilidad asombrosa para ganarse la confianza de sus jefes, sabía cómo disimular su tendencia partidista. Incluso logró, con una credibilidad maravillosa, sintonizarse con el lamento de “la patrona” cuando esta hablaba mal del gobierno durante los desayunos que compartían sentadas en la misma mesa. Era capaz de quejarse, como la dueña de la casa, de la escasez de productos y de la corrupción de este gobierno, al que también llamaba régimen para beneplácito de su jefe. Hasta el lunes. Porque, el lunes, después de la reelección de Maduro, Benancia no pudo seguir ocultando su alegría. Su felicidad era como la del mendigo que de pronto se encuentra el billete premiado de la lotería. Mostró incluso su carnet de la patria, ese que en centenares de ocasiones negó portar. Habló maravillas de la Misión Barrio Adentro y de cómo los cubanos, en algún momento, llegaron a darle hasta el losartán para controlarse la hipertensión. Elogió los bonos de la patria. Enumeró los ofrecimientos del candidato-presidente. Los millones de bolívares que depositarían en su cuenta por haber votado. Habló del carnet línea blanca que les darían para equiparse con una nueva nevera y hasta del apartamentico de la Misión Vivienda para la hija de 18 años de edad que también votó por Maduro, embelesada con tanta promesa.
—¡Aquí quien ganó fue Chávez, señora Belén! —analizaba Benancia ante la miraba de asombro de su jefe. Porque, es el amor que le tenemos a Chávez en Catia, y todo lo que hizo por nosotros, lo que logró que saliéramos a votar el domingo. Todo lo que Chávez nos dio. Maduro lo ha hecho mal, es verdad; pero, si elegimos a otro, defraudamos a Chávez. Además, podríamos perder lo que hasta ahora nos han regalado. No entiendo por qué la gente no ve eso: aquí la oposición no termina de comprender que Chávez cambió nuestra vida. En mi barrio, durante la última semana de la campaña de Maduro, nos ponían los discursos de Chávez, y se me paraban los pelos señora Belén, porque el comandante tenía razón en todo lo que nos decía.
“Esto va a continuar por mucho tiempo, gracias a Dios, señora Belén, porque la juventud de mi barrio tiene el chip de Chávez metido en el cerebro y en el corazón. Ellos lo único que conocen es esto. Es su credo. La Misión Chamba Segura es su futuro. Y esa es una tremenda oportunidad. Es una ayuda para nosotros los pobres. La oposición, señora Belén, menosprecia y les resta importancia a los chapistas y a todo lo que han logrado con nosotros. Pero, ellos, los del gobierno, saben cómo movilizarnos y cómo tenemos que reportarnos. La maquinaria funciona como el san, señora Belén, ¿usted sabe lo que es el san? Bueno, nos movilizan de la base a la punta de la pirámide. Todos estamos conectados. Engrasados para votar por Chávez”.
—No le niego que estamos bravos con Maduro porque ha echado a perder los programas de Chávez. Pero, no es su culpa. La culpa es del imperio, de los bloqueos y los chalequeos de la oposición. Durante la campaña, a mi barrio fue la gente de Falcón y Bertucci a decirnos que ellos nos sacarían de esta situación. ¿Cuál situación, si todos recibimos el CLAP? Tal vez un CLAP más chucuto porque ya no funciona Pdval. La gente de Falcón y Bertucci se fue del barrio creyendo que votaríamos por ellos. Se fueron contentos porque nosotros los oímos y les hicimos creer que les daríamos el voto, como hacemos siempre. Pero, qué va. Aquí el único que nos dio algo, de verdad, fue Chávez. Ay, y si usted oyera los discursos del comandante: es como si estuviera viendo el futuro. Todo lo que nos dice Chávez es la pura verdad. Y cuando dijo que votáramos por Maduro, ¡me emocioné! Era como si estuviera allí, viéndolo otra vez pidiéndome mi voto. Y al comandante, después de todo lo que ha hecho por mí, no lo puedo defraudar, aunque no me guste Nicolás.
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