José Domingo Blanco, @mingo_1: El carnet del hambre
Un reconocido portal de noticias abre con una información que uno esperaría conmoviera hasta al más insensible de los funcionarios del régimen: Johan, un muchacho de 13 años, murió en un hospital de Portuguesa víctima de una desnutrición severa. Al momento de su muerte, pesaba tan solo 11 kilos. Léase bien: ¡11 kilos! Peso que está más acorde con el de un bebé entre los 10 meses y el año. No con la edad que tenía Johan. No es el final que merecía tener Johan. Pero tampoco es el final que merecen cientos de venezolanos afectados por la hambruna y sobre quienes pende una sentencia de muerte. Porque, con Johan, suman 11 los decesos de niños para quienes la palabra comida no existió. Y, cuando el hambre es la constante, los resultados son predecibles. La desnutrición severa, esa que Cáritas y Susana Rafalli vienen denunciando desde hace ya algún tiempo, está cobrando vida propia y tragando con voracidad a la población más vulnerable de una Venezuela irreconocible; pero, sobre todo, de una Venezuela muy pobre que comienza a sucumbir de inanición.
Somos una nación arruinada y miserable, en donde aún se producen escandalosos contrastes: mientras nuestros niños mueren por falta de comida o medicamentos, Maduro, con su inocultable sobrepeso y desfachatez, celebra su cumpleaños en cadena nacional, restregándonos que el despilfarro es uno de los usos que puede darle al dinero de la nación. Unos recursos que, en vez de pagar los honorarios de sus cantantes de merengue favoritos, hubieran contribuido para que los hospitales del país tuvieran algo de dotación.
El hambre, así como la escasez de alimentos y medicinas, es la estrategia de control con la que el régimen logra la sumisión del país. Es la fórmula magistral con la que ha logrado que un segmento de la sociedad se arrodille suplicando una caja CLAP o ruegue por ser fichado con el carnet de la patria y celebre cuando lo logra. El régimen le ha quebrado las rodillas a un sector de la población, que hoy le agradece a su victimario las muletas que le permiten seguir andando.
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Esta situación tenemos que entenderla, para detenerla. Y esa es la inquietud que mueve a distintos grupos y ONG interesados en la búsqueda de soluciones a un problema que amenaza con seguir cobrando víctimas. Y con esa motivación como norte, este jueves asistí a un encuentro organizado por la agrupación Quiero un País, que dirige mi apreciado amigo Werner Corrales. Allí, junto con otros colegas, tuve la oportunidad de escuchar la inquietud del ex ministro Carlos Walter, quien aseguró que la crisis en el sector salud se ha agudizado en los últimos tres años, con un agravante adicional que aportó Corrales: el escozor que le causa al régimen el término “ayuda humanitaria”, una solución que ofrece la comunidad internacional y que podría paliar la grave crisis que, en materia de salud, alimentación y derechos humanos, estamos sufriendo en Venezuela. Pero el régimen se niega. Rechaza, sin escuchar argumentos ni razones, esa asistencia humanitaria que ofrecen organismos internacionales que ven, con alarma y preocupación, lo que ocurre en el país y el efecto que puede tener en el resto del continente.
Al régimen le incomoda la frase “ayuda humanitaria” quizá por la soberbia que caracteriza a los magnates venidos a menos que, por malos manejos financieros, caen en bancarrota. Por eso, la arrogancia de los voceros del desgobierno cuando aseguran que no necesitamos limosnas. Porque aceptar la “ayuda humanitaria” sería reconocer que llevaron al país a la quiebra. Es reconocer que estamos en la ruina pese a que alguna vez, durante estos últimos 18 años, tuvimos el ingreso petrolero más alto de la historia; pero que no supieron administrarlo. O que se repartieron entre ellos como cuando los ladrones, después de cometer el asalto, se reparten el botín entre los integrantes de la banda delictiva.
Está claro, aunque quizá no para toda la población, que el régimen ha sido incapaz de luchar contra la pobreza, esa que Chávez ofreció acabar, pero que se ha acentuado durante los años que tienen controlando el poder. Han sido hábiles diseñando argumentos con los que culpabilizan a otros de sus responsabilidades, despilfarros y pésimas actuaciones. Han logrado que, todavía hoy, a pesar de la destrucción y miseria que han provocado, las encuestas los favorezcan con las intenciones de votos de un grupo de venezolanos que ven en el chavismo/madurismo, en los CLAP y el carnet de la patria, la solución de sus problemas y, quizá, hasta la venganza por los años en los que fueron invisibles para los gobiernos anteriores.
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Así, mientras el desgobierno se jacta de una abundancia de recursos –que ya no existe–, de sus motores productivos –que no arrancaron–, de su poderío –que se resquebraja– y su petrochequera –sin fondos–, muchos venezolanos son reclutados por la hambruna, sin poder resistirse ni luchar contra ella… ¡Como Johan, que murió de 13 años, pesando tan solo 11 kilos!